Consultado Peter Sloterdijk acerca de ¿qué obras recomendaría?, responde: En primer lugar, “El nacimiento de la tragedia”, de Nietzsche, una teoría del arte. En segundo lugar, a Andy Warhol, con su libro: "The philosophy of Andy Warhol. From A to B and back again" [“Mi filosofía de A a la B y de B a la A”]. Este originalisimo libro constituye no sólo una crónica de la vanguardia artística de New York y su particular fauna, sino a través de un repertorio de frases y agudas observaciones Warhol nos ofrece lo que es fundamentalmente una crónica del americam way of life, de su glamour y decadencia. Entre las frases que vienen a mi mente no puedo dejar de citar entre otras: Shopping is much more american than thinking (comprar es mucho más americano que pensar). Además, le pediría al joven que hiciera un esfuerzo y leyera "El hombre sin atributos", de Musil, toda una fenomenología.La idea central es la superioridad del observador frente al productor.
Pues bien, tenemos a Warhol instalado en terreno filosófico mediante esta canonización operada por Sloterdijk.
Warhol dictó a Patt Hackett dos libros “Mi filosofía de A a la B y de B a la A”, y ‘Diarios’ en los que el artista se retrata con una fina ironía y un cinismo mordaz.
Un dicho asegura que todas las vidas tienen una novela. Sin embargo, pocas vidas soportan bien un diario que interese a todo el mundo sólo por la gente que aparece en él. En el caso de Andy Warhol, el diario de su vida es la noticia de primera mano del mundo más atrevido del arte de los años sesenta, setenta y ochenta
La figura de Andy Warhol quedará siempre asociada al Pop art y a sus series miméticas e infinitas de retratos en color, lo mismo que a sus películas, su fotografía, a Interview, la revista que fundó y a sus fiestas underground con los sonidos de Lou Reed y la Velvet. Y también a sus libros, en los que plasmó todo este mundo.
Hay dos publicados en España de los tres que escribió el artista urbano. En realidad, Warhol no escribió ninguno de ellos ya que este trabajo lo realizó su inseparable secretaria Pat Hackett que pacientemente grababa o tomaba nota de las ocurrencias del autor y de su vida diaria, para darle después forma, ordenarlo todo, y pasarlo a materia de libro.
Los dos textos publicados tienen distinta fecha y muy diferente contenido. Uno muestra, a grandes rasgos, el pensamiento, y el ideario del artista y el otro es un documental en prosa sobre la vida de Warhol contada con el detalle del día a día. En uno, asoma el Warhol de dentro y en otro, el de fuera.
El primero de los libros es el más íntimo, un reflejo del mundo interior del artista: Mi Filosofía de A a B y de B a A (Tusquets), fue publicado en 1975 y es una recopilación, elaborada por Hackett, de las reflexiones más interesantes del autor acerca de innumerables temas, acompañado de episodios biográficos importantes como el referido a la creación de la Factory o al intento de asesinato que sufrió por parte de una mujer en 1968 y que casi acaba con su vida.
Siempre con el ambiente de la época de fondo, Warhol establece un diálogo consigo mismo sobre el amor, el arte, la belleza, el sexo, la soledad, el dinero, la fama, o la muerte. Todas las ideas del autor sobre los grandes temas desfilan a través de una prosa sencilla y llena de humor que descubre a un observador incansable y solitario, amante de la televisión, el consumo y la vida americana. “Puedes estar mirando la tele y ver una coca cola, y puedes saber que el presidente bebe coca cola, Liz Taylor bebe coca cola, y piénsalo, tú también puedes beber coca cola. (…) Ninguna cantidad de dinero puede brindarte una mejor coca cola que la que está bebiendo el mendigo de la esquina”. Este libro mezcla el gusto por la anécdota, con lecciones de ensayo de filosofía pop.
Diarios (Anagrama) es el otro libro, publicado en 1989 y escrito también por la secretaria Hackett. Junto a otro diario que abarca al Warhol de los años sesenta y que no salió en España titulado Popism, este libro es un registro minucioso de la vida del artista entre los años 1976 y 1987. El libro recoge al detalle las idas y venidas del artista, las fiestas, sus negocios, el círculo amplio de amistades, e incluso el dinero que gasta al día en taxis o comidas. Cada mañana Warhol telefoneaba a su secretaria y daba buena cuenta de sus actividades del día anterior.
Este libro tiene mucho de memoria de todos los famosos del cine, la literatura, la música, y el arte de la época ya que todo el que era famoso se acercaba a Warhol, o bien nadie era famoso si no se acercaba a él. Lennon y Yoko Ono, Keroauc, Ginsberg, Bourroughs, Cassady, Liz Taylor, Truman Capote, Mick Jagger, Dennis Hopper, Silvester Stallone, Madonna, Jack Nicholson y toda la familia numerosa de la Factory forman el círculo de amistades de Warhol, y dan luz y glamour a una vida que despierta interés por sí sola.
"The Factory" y “Tiffany’s”
Una de las cosas más fantásticas que hizo Warhol fue romper con la idea de autenticidad, anuló el rancio concepto aún hoy cuestionable para muchos de que únicamente aquello que saliera directamente de las manos del artista fuese considerado una verdadera obra de arte. Consiguió milagrosamente tener alrededor un grupo de gente a sus órdenes, que colaboraban, compartían y se entregaban a los caprichos del misterioso albino.
Emile de Antonio en el libro Edie de Jean Stein y George Plimpton dice: "Andy era como el Marqués de Sade; su presencia era el agente liberador que hacía que la gente viviera sus fantasías y se desnudara o, en algunos casos, hicieran cosas muy violentas para conseguir que les mirase".
Tenía un don especial para aglutinar a la gente más chic del momento. Era tan consciente de lo que ello representaba que se obsesionó con grabar y fotografiar todos los eventos. Sabía que aquellos momentos intrépidos y aparentemente superficiales se iban a convertir en historia. Las paredes plateadas de la Factory fueron testigos de muchos de los cuales hablamos ahora.
¿ Qué ofrecía Warhol para reunir a gente tan especial?. El fue quien creó el adjetivo superstar, un título que otorgaba únicamente a las personas que tuvieran un rasgo característico, que fueran una pieza indispensable para construir su mundo, el mundo de Andy. Viva, una de sus superstars afirma: "Andy estaba en aquella fiesta. Yo me armé de valor y le pedí que me dejara hacer una película. Pensé que haría algunas películas de Warhol y me convertiría en una gran estrella de Hollywood, empezando desde abajo, siendo Andy el primer peldaño hacia mi increíble y definitiva gloria, hacia la fama, la riqueza y el estrellato. Andy dijo: 'Si te quitas la blusa, puedes hacer una película mañana. Si no te la quitas, puedes hacer otra'. Yo tenía miedo de que si no me quitaba la blusa, al día siguiente me olvidaría completamente. Así que me puse unas tiritas de esas redondas en los pezones y me quité la blusa. Me adoraron; todos pensaron que estaban viendo una técnica interpretativa increíble".
La falsa timidez del artista le excusó de ofrecer sus rasgos, prefería observar a ser observado. Representa la Cultura del Voyeur: mirar sin participar y sin embargo, saber que lo que está sucediendo es por y para ti. Se ha cuestionado cómo no la sexualidad del príncipe de hielo...La respuesta general ante los adjetivos habituales -straight o gay- es otra: simplemente voyeur.
El travieso artista se convierte en el amigo de una de las estrellas más rutilantes de finales del siglo XX: Basquiat. Warhol nos habla de su propia sexualidad indirectamente: "Quedé con Jean- Michel para hacer gimnasia con Lidija (taxi $5). Jean-Michel huele mal. Es como Chris, que cree que es muy sexy oler a sudor cuando haces ejercicio, pero no es nada sexy. Eso del mal olor me ha hecho pensar en mi vida y creo que no me pierdo nada del otro jueves".
El rey del pop trató la seducción como una celebración perpetua en fiestas y reuniones que generaron sin pretenderlo la Cultura del Club. Los sesenta fueron unos años muy creativos, cualquier acto social se convertía en una excusa para expresarse estéticamente: quien llevara el modelito más extravagante era el mejor, se convertía en alguien, el vestido transgredía los estratos sociales.
Ese maravilloso título de una de las canciones de la Velvet Underground, All Tommorrow Parties, cantada por la andrógina voz de la rubia Nico, es un verdadero himno de la época. La propia Nico contó como en el día de la presentación de ese disco Warhol era el productor del grupo le pasó el micrófono a Andy, y este más nervioso y lívido que nunca fue incapaz de articular palabra, por lo que sacó unos plátanos adhesivos de su bolso y los empezó a colocar en el vestido inmaculado de Nico: construye tu propio atuendo, se podría leer como consigna. Una voz histérica femenina le espetó si aquello era lo único que sabía hacer, que al menos pintara con sus manos, que no le pagaban para eso.
Sí, hubo entre el público e incluso entre sus amigos , muchos detractores. Warhol mitificaba a sus ídolos, necesitaba iconos a los que admirar...y copiar, era el fan número uno. Cuando aún se llamaba Andrew Warhola estuvo agazapado en la puerta de la casa de Truman Capote durante un buen tiempo. Era como si quisiera absorber una extraña energía de aquellos que triunfaban, como si considerara dioses a los humanos que sabían expresarse. Recibió el más profundo desprecio de Capote y unas groseras palabras de la madre alcohólica de éste.
Más adelante Truman pasaría a pertenecer al mundo del ya reconocido Andy Warhol. Aún así, las palabras que Truman Capote le dedica son muy reveladoras: "Le ofreceré una interesante analogía. ¿Ha leído 'El corazón es un cazador solitario', de Carson McCullers? En ese libro, según recordará, hay un personaje sordomudo, Mr. Singer, una persona que no se comunica con nadie y que finalmente se revela sutilmente como una persona vacía y sin corazón. Sin embargo, como es sordomudo, simboliza algo para la gente desesperada. Van a verle y le cuentan todos sus problemas. Se aferran a él como si fuera una fuente de energía, como una especie de figura semireligiosa en sus vidas. Andy es una especie de Mr. Singer. La gente perdida y desesperada se acerca a él buscando la salvación y Andy no hace más que estar sentado como el sordomudo, con muy poco que ofrecer".
El consumo constituía buena parte de su creatividad y forma de vivir. No sólo la representación del objeto de consumo era su delirio. Él mismo se convirtió en un comprador y coleccionista compulsivo. La Cultura del Shopping para él suponía una buena inversión de tiempo y dinero. Llegó a tener tantas cosas que le crearon muchos problemas por su estricto sentido del orden. Guardaba en cajas muchos de los objetos que se convertían en símbolos, todo le recordaba a algo, las llamaba cajas del tiempo. Esa necesidad de poseer, de aprehensión de las cosas habla mucho de esta figura mítica.
Curiosamente toda la vida social de Andy Warhol, representaba así una curiosa parodia, una farsa teatral muy efectiva. Se rodeó de una tribu de gentes de procedencia diversa: artistas de exóticas tendencias, músicos inadaptados, niñas ricas buscando el vértigo de lo prohibido, feministas freudianas (una de ellas llevó a efecto la necesidad de eliminar al padre, al líder, disparando cuatro tiros el 3 de Junio de 1968, sobre un Andy Warhol sorprendido de su propio carisma, quien a consecuencia de sus heridas, tuvo que interrumpir su actividad). Todos ellos se alistaron en una legión descontrolada por las drogas, las poses extremas, los dogmas desenfrenados. Vivían en común en un taller forrado de papel de plata llamado “The Factory”. Ejercían de fervorosos feligreses, consciente de materializar un rito donde los iniciados se impregnan de la máxima dádiva: la fama. Veneraban a Andy Warhol como un tótem instigador de las mayores extravagancias, donde la jet society neoyorquina compartía la celebridad con drogadictos y marginales de todo tipo.
Este caótico taller tuvo una actividad artística desenfrenada y a veces excéntrica. Se realizaron proyectos artísticos de todo tipo, incluso se impulsó la actividad musical de grupos de rock como los de la Velvet Underground. Se filmaron más de quinientas películas, algunas de ellas de una duración de horas, en las cuales tan sólo se veía a individuos que hablaban o dormían. Parecían experimentos de dudosa credibilidad que en realidad eran actos corrientes pero tocados del divino sello de lo real según Andy Warhol. También se realizaban docudramas de finales imprevisibles, donde los actores se agredían llevados por el calor de realizar actos reverenciales; en el centro de las ceremonias, observando todo, santificándolo, estaba Andy Warhol.
De entre todo ese grupo desquiciado, supo aprovechar para su trabajo, colaboradores a veces muy próximos y otras, ocasionales. Enfatizaba la labor artística colectiva como forma de perpetuar lo propio, lo individual. Músicos, artistas, modelos, críticos de cine, todos participaban en la realización masiva de serigrafías. Las obras poseían un carácter industrial, estándar y anónimo, “quiero trabajar como una máquina”, afirmaba, pero en realidad primaba su estilo warholiano característico.
Pocos artistas podían ser identificados tan rápidamente y de un sólo vistazo como Andy Warhol en su trabajo. En ocasiones, le gustaba pintar en común con otros artistas. Un ejemplo de ello, es la colaboración que mantuvo con el pintor Jean Michel Basquiat. En una tela por él serigrafiada con la señalética de un producto comercial, su amigo, realizó una expresionista escenografía urbana y graffitera, cuyo resultado fue un cuadro de fuerte impacto visual pero orientador del mundo, del “lifestyle” del entorno warholiano.
Realizó muchas colaboraciones con otros pintores, incluso en ocasiones tan sólo estampaba su firma sobre obras que no le pertenecían en su ejecución. De ello resulta revelador que cuando a principios de los años 80, expuso en Madrid, se formó una larga cola de admiradores para recoger su firma reflejada sobre cualquier tipo de soporte que le presentaran, incluso cuadros de otros autores.
En el año 1973, decide trasladar su “Factory” a otro lugar más elegante de Nueva York, abandona aquel incontrolable grupo de seguidores e inicia una etapa en la cual, el business art sería el motor de su actividad: “he empezado siendo un artista comercial, quiero terminar siendo un business artist”, definió en 1975 así su trabajo. Valora en su justa medida el poder del dinero, y su fatal atracción por una sociedad que lo sitúa en la cumbre de la escala de valores. Se le adora con un carácter religioso y la dimensión del negocio como extensión natural del arte, ocupa su interés productivo.
Las obras más interesantes de este período están mediatizadas por dos impulsos, por él muy frecuentados a lo largo de su carrera: el azar y el acabado glamuroso. Sus serigrafías eran un producto de lujo, caro como una joya de “Tiffany’s”, e irrepetible y frágil como un poema. Cualquier error en la impresión de colores planos terminaban por otorgar a la obra una imprimación gestual que brillaba con la intensidad de un cartel publicitario. Una fotografía de Mao sacada de la primera página del libro rojo, se convierte por obra de Warhol en un testimonio político de singular impacto, el retrato del líder chino es, a su vez, la imagen consumista de una estrella pop.
¿Por qué la vanguardia ama a Andy?
Para entender con mayor precisión el valor trascendente de la imagen, en la obra de Andy Warhol, hay que tener en cuenta un factor de su vida no muy conocido pero sé esclarecedor, se consideraba un ferviente católico, y adoraba las imágenes religiosas. Eran fetiches protectores, donde los acólitos, con sólo mirar, podían recibir las bendiciones de la divinidad, de donde manaban todas las virtudes. Las interpretaba como simbólicas transmisoras de carisma. Su trabajo estaba mediatizado por la premisa del poder sugeridor de las imágenes y su capacidad canalizadora de energías, creencias e incluso la cultura de una sociedad que demanda nuevos mitos, dentro de un entorno de publicidad y consumismo.
Las estrictas leyes del mercado marcan las fronteras de un producto entre lo útil y lo necesario, éste es el descubrimiento de Andy Warhol, incorporándolo al mundo del arte, le convierten en un pintor comercial. “Si quieren saber algo de mí, tan sólo deben mirar mis pinturas, yo estoy allí, no hay nada escondido”, decía.
Pero también fue un “voyeur” de autenticidad admirable, llevado por su agudeza observadora, nada le era ajeno a un detenido examen e interés. A través de la serigrafía fotográfica podía descubrir el resplandor glamuroso que poseían las representaciones gráficas más controvertidas: actrices de cine, zapatos, cantantes de moda, armas, políticos, conflictos sociales, accidentes de tráfico, latas de tomate, bombas atómicas, la silla eléctrica, etc… Todo era reflejable como obra de arte, todo podía ser atractivo. No en vano, su experiencia en el mundo publicitario, le otorgó una desmedida capacidad para sintetizar aquellos puntos determinantes en los que se significaba un icono. Ya en los años 50, era considerado un diseñador gráfico de éxito y utilizó el conocimiento del mercado y sus demandas, para escenificar en el ámbito creativo, una múltiple conjunción de imágenes cuyo origen pertenecían a géneros propios del consumo.
Andy Warhol utiliza la fotografía serigrafiada (testimonio de lo real, respeto por el momento, por el objeto), mediante la impresión seriada de un mismo tema con ligeras variantes de color. Descontextualizaba el sujeto y objeto representado en el cuadro. Desnaturalizado, creaba un fenómeno de obsolescencia de la imagen, anulando el carácter intrínseco de la misma, descargándola de su significación inmediata; “cuando vemos varias veces repetidas una fotografía macabra, termina por no hacernos ningún efecto”, sentenciaba Andy Warhol, para confirmar que las representaciones visuales, por muy duras o execrables o familiares que sean, pueden ser aceptadas si se desvirtúa su sentido primigenio al ser insertadas en otro contexto.
En una maniobra de espíritu revulsivo, fue capaz de introducir en los museos y en las casas de las mass-media la desmitificación de valores e ídolos consumidos en un mismo análisis estético: el retrato de Elvis Presley y la representación de la Silla Eléctrica.
Un icono del cine de enorme fama, una fotografía de Marilyn Monroe, era para Andy Warhol un código visual que podía descifrarse en una síntesis gráfica: el cabello rubio, la mirada melancólica y los labios sugerentes, podían ser esquematizados en estructuras autónomas, que pintadas con tinta serigráfica de colores eléctricos, ofrecían una alternancia plástica al conocido rostro de la actriz de cine; es ella, pero no lo es, puesto que su icono ideal se sustituye en un proceso simplificador, para convertirse en un estereotipo, en un esquema de márgenes imprecisos y casi anónimos.
Adolfo Vásquez Rocca