En 1294 se publicó en París un manifiesto que despertó sumo interés en toda una joven generación de escritores, músicos y pintores. Numerosos artistas atraídos por las razones de su autor, se inspiraron en su extraño mensaje y crearon un conjunto de obras desconcertantes, pero llenas de fuerza, que transformarían radicalmente los presupuestos tradicionales. Se trataba de los surrealistas. Su portavoz y guía, autor del manifiesto de 1924 era André Bretón, poeta francés interesado en las ideas de Freud. Bretón creyó percibir una afinidad entre el arte y la locura cuando atendía a los heridos durante la Primera Guerra Mundial. Más tarde intentó penetrar en su propio subconsciente y se interesó por las ciencias ocultas; practicó el espiritismo, estudió la hipnosis y trató de escribir en estado de trance. En 1921 publicó en unión de su amigo el poeta Phillippe Soupault, los primeros “escritos automáticos”, una colección de fragmentos literarios, futuro de ensueños subconscientes, reflejados en palabras e imágenes cuyo orden y significado procedían al azar. Tres años después Bretón publicó el “Manifeste du surréalisme”, que exponía su filosofía del arte como expresión del subconsciente, “Debemos romper las ataduras a la razón”, declaraba. Había que desechar toda pretensión formal; el artista debía convertirse en “mero mecanismo de grabación de sus sueños”. Quienes estuviesen dispuestos a crear, “libres de control de la razón”, hallarían una nueva “realidad absoluta o superrealidad”. Bretón no fue el primero en percatarse del poder misterioso de lo irracional y de la omnipotencia de los sueños. La inspiración surrealista se había manifestado hacía siglos en las fantasía góticas de Hieronymus Bosch (El Bosco, pintor flamenco del siglo XV), en los “sueños” y “pinturas negras” de Francisco de Goya, en el siglo XVIII, y en las visiones de pesadillas del escritor estadounidense Edgar Allan Poe . En Francia, Charles Baudelarie y Arthur Rimbaud fueron los predecesores inmediatos del surrealismo, así como el conde de Lautréamont y Guillaume Apollinare. Pero el oráculo del movimiento, el teórico cuyas enseñanzas revolucionarias sirvieron a Bretón para su programe, fue Sigmund Frud, primero en destacar el papel decisivo que desempeña la memoria y el subconsciente en el comportamiento humano. Freud entendía que la mente consciente, condicionada por las convenciones sociales, ofrece una imagen limitada y engañosa de la personalidad, y que en el nivel más profundo de los sueños los hombres expresan sus deseos y preocupaciones, mediante un lenguaje oculto de símbolos y asociaciones. Freud también se interesaba por el arte y escribió amplios ensayos sobre la “Monna Lisa” de Leonardo de Vinci, y “El Moisés” de Miguel Angel; buscaba en estas obras indicios ocultos que revelasen el mundo interior de sus autores. Sin embargo, nunca preconizó el tipo de experimentación que propugnaba Bretón. De hecho, éste halló bastante indiferencia en Sigmund Freud, cuando en 1921 le habló de su exploración artística del subconsciente. Predecesor inmediato del surrealismo fue el dadaismo, movimiento artístico anarquista que nació en medio de los horrores de la Primera Guerra Mundial. En 1915 se reunieron en Suiza, país neutral, un grupo de jóvenes pacifistas de toda Europa que huían de la contienda. Durante largas horas de conversación en los cafés de Zurich, numerosos artistas y poetas se persuadieron de que la guerra y su secuela de horrores eran consecuencia inevitable de una civilización corrompida y excesivamente industrializada. Los dadaistas (como se denominaron a si mismos) llegaron a la conclusión de que el progreso, el nacionalismo, el materialismo, el colonialismo y otros valores de Occidente, constituían la raíz de los males. Su tarea había de ser erradicar tales valores y poner de relieve lo absurdo de los dogmas y de las teorías. Un mundo que había sido asolado por la guerra no tenía sentido y, en consecuencia, el arte tampoco debería tenerlo. Este tratamiento revulsivo para la humanidad demente se extendió enseguida a otros centros de cultura. Al concluir la guerra, existían dadaistas en Madrid, Berlín, Hannover, Colonia, y Nueva York. Hacia fines de 1919, Tzara llevó a París el movimiento “dada” cuyo nihilismo atrajo la atención de escritores jóvenes de indudable empuje como Bretón, Soupault, Louis Aragón y Paul Eluard. Sin embargo en 1920 el dadaismo llegaba a su ocaso. Como teoría que consideraba absurdas todas las teorías alojaba dentro de sí el principio de su propia destrucción. En su frenético intento de minar lo ya establecido, los dadaistas se repetían. Bretón y los suyos necesitaban un nuevo cauce que orientase las grandes energías creadoras del dada. Y fue el surrealismo quien recogió su herencia. A diferencia de los dadaistas, los surrealistas, imaginaban una solución: surgía una nueva realidad a través de un retorno a las fantasías de la niñez y a la omnipotencia de los sueños. Un impresionante elenco de artistas de todo el mundo acabó por reunirse en torno a Bretón. Entre ellos cabe citar a Jean Arp, Max Ernst, Alberto Giacometti, Rene Margaritte, André Massan, Joan Miró, Yves Tanguy y Salvador Dalí. Como Bretón era poeta, la primera expresión del surrealismo fue escrita. Los autores procuraban desterrar toda lógica y permitir a las imágenes, palabras y frases brotar sin obstáculos desde el subconsciente hasta el papel. No obstante, la vida literaria del surrealismo, fue muy corta. El mero relato de sueños y ensueños resultó a la larga un campo demasiado estrecho para los más brillantes. Bretón también comprendió y con su vigorosa dirección imprimió al movimiento un nuevo giro. André Bretón, por su porte distinguido, carácter autoritario y dotes oratorios, pudo haber sido un magnífico líder político. Aunque su intención era transformar el reino de la mente, pronto llegó al convencimiento de que debería antes derribar el sistema político y social de su época. Las primeras extravagancias y publicaciones de los surrealistas, concebidas para fustigar al público y alertarlo de sus desatinos, sólo provocaban rechazo. En cierta ocasión, la prensa se volvió contra Bretón y otros cuando promovieron un alboroto en un solemne banquete literario. Más tarde el movimiento se unió a los comunistas y apoyó con entusiasmo sus pretenciones de revolución mundial. Como órgano oficial de expresión, Bretón fundó en 1925 la revista titulada “La revolución surrealista”. En 1929 publicó un segundo manifiesto colocando a los suyos “al servicio de la revolución”. Proclamaba que la tarea suprema del arte era la creación de un nuevo orden universal. Sin embargo, los surrealistas nunca llevaron adelante un programa político común. Eran demasiado individualistas para adherirse al estricto dogma del comunismo oficial y como intelectuales apenas mostraban algo más que una simpatía teórica hacia el proletariado. Las pinturas surrealistas (los lienzos de Dalí, Magritte, y algunos otros) tuvieron un impacto mucho mayor y más duradero que las teorías, obras e influencia propagandística de Bretón. Hubo quienes llevaron con fortuna a su trabajo la idea de “automatismo” definida por Bretón. El pintor francés André Masson, por ejemplo, realizaba dibujos semiabstractos a partir de lineas que se dirían trazadas al azar. El alemán Max Ernst creó la técnica del “frottage” al dibujar sobre flores prensadas, madera u otras texturas vegetales. Ernst adhería a sus pinturas, ilustraciones de revistas, trozos de madera, y otros fragmentos: se trataba de collage. El español Joan Miró poblaba sus lienzos con formas de colores vivos y aspecto de ameba que sugerían caprichosas siluetas humanas o asemejaban animales. Otros pintores como el belga René Magritte, el francés Yves Tanguy y el español Salvador Dalí, plasmaban visiones extrañas, a menudo pesadillas, con claridad fotográfica, dentro de un estilo que podría denominarse “realismo fantástico”. La yuxtaposición de lo familiar y lo desconocido, que desde luego no estaba exenta de una indefinible angustia, constituía la entraña del movimiento surrealista tal como se manifestaba en la pintura. Las actividades de los surrealistas no se limitaron a la experimentación gráfica y literaria. Dalí y otros artistas, pronto advirtieron que con técnicas cinemáticas, como el fundido, la repetición de imágenes y los montajes, podían obtener notables efectos surrealistas que inmediatamente pudieron en práctica. En 1929, Dalí colaboró con Luis Buñuel en la película surrealista “Un perro andaluz”. Dos años más tarde, el estreno de “La edad de oro” también creada por ellos, provocó un escándalo en el público. Otras películas clásicas del cine surrealista son “Entr´Acte” de René Clair (1924) y “La sangre de un poeta” de Jean Cocteau (1931).
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