Guy Debord es uno de los más terribles, curiosos y fascinantes personajes de nuestro tiempo, escritor francés, intelectual y también activista político, fue el fundador y verdadero líder del movimiento conocido como la "Internacional Situacionista", un microgrupúsculo político que jugó un papel central en el mayo francés. Pero al revés de lo que sucede con el estallido del 68, que ya no tiene muy buena prensa en nuestros días, la figura de Guy Debord sigue todavía bastante viva seis años después de su voluntaria desaparición.
Autor de seis películas perfecta y deliberadamente experimentales y de un monumento literario como La sociedad del espectáculo (además de un puñado de libros, artículos y recopilaciones que sólo son, en verdad, un apéndice), Debord fue vencido por una polineuritis alcohólica, en 1990. Nunca quiso someterse a tratamiento alguno y prefirió dispararse al corazón cuando la situación le fue ya insoportable, antes que caer en manos de una clase médica que aborrecía.
Su libro central, La sociedad del espectáculo, no es tan sólo un ensayo político de una brillantez tan lúcida como inclemente -que atraviesa sus propias tesis situacionistas iniciales y las desborda por todos lados- sino un texto literario de hermosura aplastante. Leer a Guy Debord, aparte de una experiencia inolvidable, es un ejercicio estético y moral de primera magnitud, lo que nos lleva a la dificultad de comprender un hecho sorprendente: cómo conciliar tantas certezas incontrovertibles con el fracaso final que la historia le reservó después. Como si la carrera de su autor fuera la de ir de verdad en verdad, o de victoria en victoria, hasta la derrota final.
Los análisis de Debord constituyen el mejor y más radical diagnóstico sobre nuestra sociedad actual y sus profecías se van cumpliendo, además, de manera inexorable. Otra cosa son sus recetas, pues las de sus principios -las de su juventud, en aquella herencia híbrida de dadaísmo y surrealismo que fue la "Internacional letrista", o de la posterior "situacionista", con las que intentó superar todos los marxismos de su tiempo incluidos los gauchistas - fueron las que fracasaron en mayo del 68, con su confianza en los "consejos obreros". De todo ello renegaría en sus escritos posteriores. Al final, según observa Anselm Jappe en su ensayo Guy Debord, prevalecieron sus raíces clásicas, las de la Ilustración y los moralistas del siglo XVIII, y su desesperada defensa de un racionalismo a ultranza.
Y qué decir de este extraño y desolador texto-guión de cine que es In girum imus nocte et consumimur igni (un palíndromo latino que se puede leer igual al derecho o al revés y que significa "vamos girando en la noche mientras el fuego nos devora"). Es una especie de resumen autobiográfico y teórico, como un testamento final que da vueltas sobre sí mismo para terminar autoafirmándose sin remisión: "La hora de sentar cabeza no llegará jamás".
El film se realizó en Venecia, durante dos días de 1978. Se estrenó, en 1982, con críticas bastante adversas, recogidas en un apéndice de este libro significativamente titulado "Basuras y escombros". La película muestra una sucesión de imágenes propias y ajenas, mientras una voz monótona recita el texto de Debord, un ensayo sobre el fracaso de su actividad política. Acertó en sus diagnósticos, se equivocó en sus recetas, pero la enfermedad sigue ahí.
¿Cómo salvar la obra de Guy Debord, el destructor universal que quería arrasar el mundo con una hoguera total? Pues por su obra misma, por su literatura que está por encima de toda sospecha. Las citas que esmaltan este texto -el Eclesiastés, Homero, Dante, Maquiavelo, Villon, Ariosto, Shakespeare, Gracián, Omar Khayyam, Retz (su gran ídolo), Bossuet, Shelley, Hegel, Marx, Musil- nos indican que su radicalismo fue siempre racional y que, al final, fueron sus raíces clásicas, ilustradas y racionalistas las que le permitieron descansar en paz, tras perturbar la nuestra tanto que todavía tenemos que seguir explicándonos cómo pudo ser así.
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