sábado, diciembre 11, 2004

V. S. NAIPAUL

"Si un escritor no genera hostilidad, está muerto", afirmó alguna vez V. S. Naipaul. Era su respuesta a las reacciones de todo tenor que provocan muchas de sus ficciones, pero sobre todo sus artículos periodísticos y voluminosas crónicas de viajes. Cualquier argentino curioso podrá corroborar la acidez de que puede hacer gala el autor anglo-indio con sólo hojear el perfil que, en "El retorno de Eva Perón", trazó de la Argentina de los primeros años del setenta. De familia de origen indio, Naipaul nació en Trinidad, en el Caribe, en 1932, y en 1950 se trasladó a Inglaterra con la excusa de cursar sus estudios universitarios y la idea obsesiva de convertirse en escritor. Sus primeras novelas, como Miguel Street, eran absurdas picarescas sobre la vida en su isla natal, pero después de Una casa para el señor Biswas, publicada a mediados de los sesenta, la crítica a las sociedades y políticas del Tercer Mundo se convirtieron en una constante. En un Estado libre o Guerrillas son buenos ejemplos de esa inclinación. La irritación que podían causar sus libros no impidió, sin embargo, que incluso sus denostadores admitieran el virtuosismo de su técnica o la maestría de su lenguaje. Gran parte de la crítica británica lo designó el mayor estilista vivo del inglés y el ejemplo excelso de la vitalidad de la literatura poscolonial. Las crónicas de viaje, en cambio, siempre despertaron controversias apasionadas. Sus libros sobre la India, por ejemplo, a la que está vinculado por su origen, plenos de sarcasmos, han sido objeto de encono en el país asiático. Lo mismo ocurrió, aunque en una amplia gama de países, con Más allá de la fe, un relato de viaje periodístico en que sostiene la tesis de que el Islam, en su expansión "imperial" de Paquistán a Indonesia, es culpable de gravísimos conflictos culturales y de identidad. Esa alienación, sostiene Naipaul, explicaría el auge del fundamentalismo religioso en todos esos países, conclusión que fue tildada por muchos críticos de simplista. En 1998, al publicar Más allá de la fe, Naipaul había afirmado que ya no le interesaba escribir ficción, que sólo le interesaba la vida concreta y que, de allí en adelante, se dedicaría a los ensayos. La mala crítica que cosecha su última novela, Semillas mágicas, en el mundo anglosajón acaso tenga relación con esa decisión no cumplida del todo.. El título alude a los guisantes de los cuentos de hadas. Siempre dan una planta gigantesca que llega hasta el palacio de un ogro y éste amenaza destruir a los hombrecillos insignificantes que osaron molestarlo. En la novela de Naipaul, las semillas mágicas representan los sueños revolucionarios plantados en las almas de los pobres y los desorientados. De ellas no brotarán promesas de una liberación gloriosa, sino una sangrienta pesadilla de insurrecciones y caos. Su autor la concibió como continuación de Media vida (2001), pero sería imposible imaginar dos novelas más disímiles. Media vida era el retrato, sagaz y lleno de inventiva, de Willie Chandran, un escritor desarraigado cuya vida reflejaba la visión que tenía y tiene Naipaul del siglo XX como una época de confusión poscolonial, exilio y desencajamiento. Magic Seeds, más que una novela acabada, es una tesis didáctica. Sus personajes no dialogan: discursean. Más que personas de carne y hueso, parecen voceros de las amargas opiniones del autor acerca de todo: desde el colonialismo hasta el multiculturalismo y el Estado benefactor inglés. Naipaul debería haber escrito un libro de ensayos o notas de opinión, en vez de disfrazarlo (y mal) de seudonovela.

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