domingo, diciembre 12, 2004

SYGMUNT BAUMAN

El tardío y provechoso descubrimiento del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, afincado desde hace más de treinta años en Inglaterra, permitió que en los últimos años sus obras comenzaran a circular de manera sostenida en castellano. Quien haya leído Modernidad líquida -su libro anterior- no hallará mayores novedades de perspectiva en La sociedad sitiada. En primer lugar, reencontrará el interés del autor por lo que denomina "sociología del orden" (relacionada con la lectura superficial de Durkheim que hace Talcott Parsons, interesado en la integración de la sociedad). También volverá a hallar la conexión entre la obsesión que ese orden tenía por la modernidad y por la búsqueda de una "Sociedad Perfecta", maridaje del cual resultarían el nazismo y el estalinismo. Tal vez éste sea el aspecto menos original del pensamiento de Bauman, anclado en las aguas más movedizas y sombrías de la escuela de Frankfurt y del Foucault más clásico, obsesionado por un poder omnívoro.
Otros desarrollos de La ciudad sitiada ofrecen mayor interés. Por ejemplo, la lectura que hace de Luc Boltanski y su análisis de los valores del nuevo capitalismo: la flexibilidad, la movilidad, la versatilidad, la transitoriedad, necesidades de las que hacemos virtudes por obra y gracia del capitalismo tardío. Boltanski utiliza esos términos para la "ciudad de la red", pero son también aplicables al mundo del trabajo y al de las relaciones personales. Por su parte, el espacio de los flujos -concepto de Manuel Castells, a quien Bauman cita- supone tanto la supremacía del mercado como la creencia en la tecnología y, por ende, la desaparición progresiva y silenciosa de la sociedad. Así, paradójicamente, resalta el autor polaco, la sociología se encuentra en un doble vínculo al perder "su objeto natural junto con su cliente autoevidente". En la sociología clásica, la metáfora de la "sociedad" sugería la experiencia de un compromiso fuerte, así como de un poder coercitivo, incorporado en el Estado-nación. La metáfora actual de la red, en cambio, diluye los vínculos -la solidaridad orgánica que teorizaba Durkheim, la interdependencia que reclamaba Norbert Elias, el capital social que cuantificaba Putnam- transformándolos en meros "contactos". Asimismo, en los tiempos de la modernidad sólida, ya pasados, la imagen de la sociedad era la de un todo más grande que la suma de sus partes, con una razón y un propósito propios. Dicha sociedad aseguraba certeza y una duración mayor, mucho más consistente, que la vida de cada uno de sus miembros. Hoy esa sociedad, la de la modernidad sólida, ha desaparecido. Con ella han desaparecido también el sentido de un tiempo más allá de la vida individual y la creencia en que las instituciones tradicionalmente asociadas a la sociedad -la familia y el Estado, principalmente- eran fuentes de certeza. De este modo, la gradual desaparición o difuminación de la sociedad, sostiene Bauman, es el origen de la actual impotencia pública. Los hombres se sienten ineficaces. Mala cosa para el ágora, para parafrasear al propio Bauman de En busca de la política.
Tal vez el aspecto de mayor originalidad e interés de La sociedad sitiada sea el análisis que hace el autor de la evolución histórica de la idea de felicidad. Para los antiguos supone, sobre todo, alcanzar una vida armónica liberándose de las necesidades y los excesos. El cristianismo, en cambio, se interesó sobre todo por la eternidad, un horizonte que está al alcance de quien acepte el sufrimiento y la penitencia. Vale decir que durante la mayor parte de la historia, la felicidad no era ni un objetivo por alcanzar ni un fin individual. Sólo durante la Ilustración la felicidad adquiere la forma que le damos hoy a costa de dejar de ser una recompensa por las buenas obras para ser un derecho. Desde entonces, y abrazada al avance del individualismo ilustrado, la felicidad se da por supuesta. Es decir, aparece como un fin autoevidente, un fin en sí mismo. Una vez que se privatiza, los hombres la buscan de manera incesante y se transforma en objeto inasible de un horizonte que siempre se aleja. (Es raro, en este punto, que Bauman no cite a Alexis de Tocqueville, que analiza sucinta y brillantemente el malestar del hombre moderno en pos de la felicidad como bienestar material, porque Bauman sí alude al abaratamiento de la libertad como libertad de elección, como simple confort.) La felicidad moderna puede ser un incentivo para la acción, pero el caso es que se transmuta, ya en un consumo continuo y desasosegante, ya en un derecho que no es -como quería Thomas Jefferson y subrayaba Hannah Arendt- una llamada a la acción participativa, la "felicidad pública", sino un imperativo individualista. En nuestros tiempos, todo derecho se convierte en exigencia grupal dentro del marco de una política particularista o "del reconocimiento". En la actual globalización, la felicidad se difumina porque aquélla se refiere a un conjunto de procesos "macro" en los cuales las cosas "sobrevienen" gracias a ser cada vez más impredecibles y más incontrolables. El futuro está fuera de nuestro control y lleno de riesgos, dice Bauman. De ahí que la modernidad esté sitiada en un cerco que ella misma ha construido. La sociedad sitiada es, por tanto, un libro sombrío, pero también uno de los mejores de la cosecha de la "modernidad líquida".

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