sábado, enero 08, 2005

Foucault sigue dando cátedra

Alumno de Maurice Merleau-Ponty y Louis Althusser, con su "Historia de la locura en la época clásica" (1961) y, sobre todo, con "Las palabras y las cosas" (1966), Foucault logró imponerse en el horizonte intelectual francés del siglo XX, determinando tanto la epistemología como la filosofía política contemporáneas. A partir de los 70, ya profesor en el Collège de France, comienza a ocuparse del análisis de los mecanismos de poder ("Vigilar y castigar", 1975, y "La voluntad de saber", 1976). En sus últimos libros y cursos emprende un largo e influyente viaje por la Antigüedad grecorromana. Murió en París.Desde 1970 hasta su muerte, en junio de 1984, Michel Foucault dictó trece cursos en el Collège de France. Un tema diferente cada año, según el recorrido que seguían sus investigaciones. En ese entonces, ingresaba en una sala desbordada de auditores, encendía la lámpara de un escritorio invadido por grabadores y leía velozmente el material que había preparado y con el que daba cuenta de su trabajo. Pronunciado públicamente, el contenido de estas grabaciones no está afortunadamente comprendido por la prohibición testamentaria de toda publicación póstuma.A partir de las grabaciones y consultando el texto del que se servía Foucault, un grupo de trabajo comenzó a editar estos cursos a partir de 1997. Ya están disponibles seis en francés y tres de ellos se publicaron también en español: "Hay que defender la sociedad", Los anormales y Hermenéutica del sujeto. Todavía faltan traducir El poder psiquiátrico (publicado en 2003) y los dos que aparecieron en francés en octubre pasado: Seguridad, territorio y población (el curso de 1977-1978) y Nacimiento de la biopolítica (de 1978-1979). Estos últimos dos, que nos interesan aquí, han sido preparados por Michel Senellart.En Vigilar y castigar (1975), Foucault describe la formación y el funcionamiento del dispositivo disciplinario: una forma de ejercicio del poder que tiene por objeto los cuerpos individuales y que busca hacerlos políticamente dóciles y económicamente provechosos. En la última parte de La voluntad de saber (1976), luego de haber analizado el dispositivo de sexualidad, Foucault describe otra forma de ejercicio del poder que también tiene por objeto el cuerpo, pero no el individual, sino el de la especie, el de la población, el cuerpo colectivo. Se trata de la biopolítica. La formación de una biopolítica, de una política de la vida biológica, marca, según Foucault, el umbral de la modernidad biológica. Con sus palabras, si, para Aristóteles, el hombre era un animal viviente y además capaz de una existencia política; el hombre moderno es el animal cuya política tiene por objeto su ser viviente. Como lo mostró el propio Foucault, este umbral biológico de la modernidad no es sólo el umbral a partir del cual una política afirmativa de la vida es posible, también lo es una política negativa de la vida, una política de muerte: una tanatopolítica. El racismo moderno, biológico y de Estado, de hecho, ha llevado a su expresión paroxística el funcionamiento de los mecanismos que se originaron al atravesar este umbral.Con la publicación del curso Seguridad, territorio y población, se agrega al análisis del dispositivo disciplinario y de sexualidad, el estudio de los dispositivos de seguridad. A través de ellos se describe la formación de una de las piezas esenciales de la biopolítica. Las tres primeras lecciones de este curso abordan, precisamente, las características generales del dispositivo de seguridad, comparándolo con los mecanismos de la soberanía y de la disciplina. Para describir los dispositivos de seguridad, Foucault estudia la formación y la problemática de las nociones de medio —especialmente urbano— de población y de normalización.Respecto de la historia de los dispositivos de poder, vale la pena señalar que, si bien Foucault nunca sostuvo una total substitución de los dispositivos de soberanía por los disciplinarios y de éstos por los de seguridad, algunos intérpretes (como Michael Hardt y Toni Negri, en Imperio, por ejemplo) presentaban la historia foucaulteana de los dispositivos de poder como una sucesión. Sin embargo, Foucault insiste, cuando se ocupa de caracterizar los dispositivos de seguridad, precisamente en la posición contraria. No hay una época antigua de la soberanía, otra moderna de las disciplinas y otra contemporánea de la seguridad y de la biopolítica. Soberanía, disciplina y seguridad forman, más bien, un triángulo. Lo que ha cambiado, de una época a otra, es el vértice dominante.A partir de la cuarta lección del curso, el eje del análisis se desplaza de los dispositivos de seguridad al estudio de la historia de las artes de gobernar y de lo que denominará la gubernamentalidad: la racionalidad de las prácticas de gobernar. Esta lección y la siguiente, particularmente interesantes desde un punto de vista teórico y metodológico, pueden considerarse, por ello, como la bisagra del curso. Las lecciones siguientes se ocupan del primer gran capítulo de esta historia, del poder pastoral. Este comienza por sus orígenes en la cultura política oriental (Egipto, Babilonia, Israel), continúa con el análisis del significado de su ausencia en la cultura política grecorromana (Foucault dedica una especial atención a El político, de Platón), analiza su desarrollo con el cristianismo y culmina con su crisis y estatización en los albores de la modernidad. Luego, con las transformaciones del poder pastoral, se inicia el segundo gran capítulo del estudio de las artes de gobernar: la razón de Estado.Las últimas dos lecciones del curso abordan el estudio de la policía como técnica propia de la razón de Estado. En la época, el término "policía", en efecto, es utilizado para referirse al nuevo dominio en el que el poder político y administrativo del Estado puede intervenir. El objeto de la policía, como lo muestra Foucault, es el hombre mismo. En este sentido, "ciencia de la policía" (Polizeiwissenschaft) fue el primer nombre que recibió lo que nosotros conocemos actualmente como estadística.Nacimiento de la biopolítica está enteramente dedicado al estudio de la otra gran forma de la racionalidad política moderna, que surgió precisamente en contraposición a la razón de Estado: el liberalismo. El análisis de Foucault, luego de algunas consideraciones generales y metodológicas, comienza por el cameralismo y el mercantilismo (siglos XVII y XVIII); pasa luego a la fisiocracia, al surgimiento de la economía política y del liberalismo clásico (siglo XVIII). Con la lección del 7 de febrero de 1979, emprende el estudio del neoliberalismo (siglo XX): el neoliberalismo alemán y el llamado Ordoliberalismo, la difusión del modelo alemán en Francia y los Estados Unidos, el paso hacia el neoliberalismo en Francia y el neoliberalismo americano. Las últimas lecciones están consagradas al estudio de lo que él llama el modelo del homo oeconomicus.Asistimos, según Foucault, a una sobrevalorización y, consecuentemente, a una fobia del Estado. Por un lado, bajo el lirismo de un monstruo frío que nos enfrenta (una alusión a Nietzsche); por otro, bajo la forma, paradojal y reductiva, de la limitación del Estado a ciertas funciones consideradas esenciales. Pero, desde su perspectiva, no es el Estado ni la estatización de la sociedad lo que realmente importa para nuestra actualidad, para nuestra Modernidad, sino la gubernamentalidad. Curioso término, casi una mala palabra. Foucault es el primero en señalarlo. Con él se refiere al conjunto constituido por las instituciones, los procedimientos, análisis y reflexiones, cálculos y tácticas que permiten ejercer esta forma de poder que tiene por objetivo la población; por forma mayor, la economía política y los dispositivos de seguridad como instrumento técnico esencial. De ahí que la era de la gubernamentalidad sea la era de la biopolítica, y el liberalismo, una de sus formas constitutivas.No es extraño, entonces, que el curso dedicado a la historia del liberalismo se titule Nacimiento de la biopolítica. Para Foucault, en efecto, la cuestión fundamental que nos plantea el liberalismo no es la del mercado o la de la representación ideológica que la sociedad tiene de sí misma, sino el gobierno de la vida, tal como ésta aparece en ese nuevo objeto de acción y de análisis, descubierto en el siglo XVIII, esto es, la población. Desde este enfoque, la historia del liberalismo, con sus apogeos y sus crisis, aparece como la historia de una difícil y riesgosa relación entre libertad y seguridad; pues, como lo expresa Foucault, "la formidable extensión de los procedimientos de control, de restricción, de coerción, constituirán la contraparte y el contrapié de las libertades".Foucault, quien utiliza por primera vez el término "biopolítica" en 1974 (en una conferencia en la Universidad de Río de Janeiro: "El nacimiento de la medicina social"), no fue su inventor. Por cuanto sabemos, su origen se remonta al sueco Rudolf Kyellen (1905). Tampoco ha sido Foucault el primero en ocuparse de la problemática que este término plantea, es decir, la relación entre la política y la vida biológica. Según informa Roberto Esposito, en su libro más reciente —Bíos. Biopolítica y filosofía, publicado en Italia en 2004—, antes de Foucault es necesario distinguir tres etapas de la biopolítica. Una etapa organicista, en el primer trienio del siglo XX, mayormente en lengua alemana, en la que hay que ubicar a Kyellen y al barón Jacob von Uexküll. Esta primera fase está dominada por el esfuerzo de pensar el Estado como un organismo viviente. En segundo término, una etapa humanista, alrededor de los años sesenta y mayormente en lengua francesa. Aquí encontramos a Aaron Starobinski y a Edgar Morin. En esta segunda fase, se busca explicar la historia de la humanidad partiendo de la vida (en griego, bíos), sin reducir por ello la historia a la naturaleza. En tercer término, se distingue una etapa naturalista, surgida a partir de mediados de los sesenta y en lengua inglesa (en autores como Lynton Caldwell y James Davies). Aquí la naturaleza aparece como el único referente regulativo de la política. Respecto de estas etapas, la obra de Foucault (junto con la de Hannah Arendt) representa una cuarta que no está en relación de continuidad con las precedentes.Foucault ha renovado la problemática y ha conferido a la noción de biopolítica un valor interpretativo y una potencia especulativa que modifican notablemente el cuadro de la filosofía política contemporánea. A pesar de ello, su análisis deja abiertas algunas cuestiones fundamentales: por un lado, la relación entre categorías jurídicas y biopolítica; por otro, la relación de reversibilidad entre política de vida (biopolítica) y política de muerte (tanatopolítica).A partir de ellas y, por lo tanto, continuando su trabajo, es necesario señalar la aparición de una quinta etapa en la teoría de la biopolítica, representada por dos filósofos italianos: Giorgio Agamben (especialmente sus textos Homo sacer. El poder soberano y la vida desnuda, de 1995, y Estado de excepción, de 2003) y Roberto Esposito (además del texto que mencionamos antes, Immunitas. Protección y negación de la vida, 2002). La primera cuestión —la relación entre categorías jurídicas y biopolítica— es la que afronta Agamben estudiando la noción de estado de excepción: el mecanismo por el cual el poder se refiere a la vida. La segunda —reversibilidad entre bio y tanatopolítica— es la que aborda Esposito con la noción de inmunidad. Mientras Agamben considera que la relación entre el poder soberano y la vida es constitutiva de todo poder soberano, no sólo moderno, Esposito sostiene, en cambio, que la biopolítica, estrictamente hablando y como piensa Foucault, es un producto propio de la modernidad (llega incluso a afirmar que la noción de inmunidad puede convertirse en el paradigma interpretativo de la modernidad).Más allá de estas diferencias, una cosa es cierta: Foucault, con sus análisis de la biopolítica, la razón de Estado y el liberalismo, ha abierto una nueva y fructífera etapa para la filosofía política. Por un lado, ya no podemos pensar la política de la misma manera. Aunque sigamos utilizando las viejas categorías modernas (soberanía, propiedad, libertad), ellas ya no tienen el mismo sentido: están atravesadas por la problemática de la biopolítica. Por otro, pensar una biopolítica que no incluya como mecanismo inmunológico una tanatopolítica —que no se convierta por seguridad en política de muerte— parece ser el desafío más importante que debemos afrontar.

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