domingo, noviembre 20, 2005

VIDAS DESPERDICIADAS Por Zygmunt Bauman

Un sistema centrado en el consumo, que promueve la obsolescencia precoz de los objetos para dinamizar la producción, más tarde o más temprano se encontrará con un problema: ¿qué hacer con los residuos que no se puede -o simplemente no se quiere- reciclar? No se necesita de gran osadía para afirmar que el tiempo de ese problema ha llegado o está muy cerca. Pero, ¿qué pasaría si "el residuo" fuera una metáfora para develar algo profundo que alcanza también a los seres humanos? Dicho de otro modo, ¿qué sucedería si comenzáramos a pensar en residuos "humanos"? Esto es lo que propone el sociólogo polaco Zygmunt Bauman en su inquietante Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias. Con la globalización, sostiene el autor, "la construcción del orden y el progreso económico tienen lugar por todas partes y por todas partes se producen ?residuos humanos´ y se expulsan en cantidades cada vez mayores". Refugiados, pobres, desocupados, inmigrantes "ilegales" son los cuerpos visibles de la humanidad residual. Pero, advierte Bauman, "no es probable que ninguna línea trazada con el fin de separar ?los residuos´ de un ?producto útil´ permanezca incuestionada [...] por consiguiente, nadie se siente realmente seguro". Nadie sabe en qué momento puede acabar en el cesto de la basura. En los tres primeros capítulos del texto, el autor analiza las principales fuentes de residuos humanos: el orden, el progreso económico y la globalización. Las dos primeras están activas desde los inicios de la modernidad; la última se les ha sumado, para potenciarlas, en la actual "modernidad líquida". En el último capítulo se presenta una lectura general del problema desde la perspectiva de la cultura. Bauman señala que no hay orden sin residuo. Independientemente de las particularidades de cualquier orden específico, es la noción misma de orden la que requiere, necesariamente, que algo se recorte y se excluya (nos recuerda el autor el mapa ideado por Borges, tan perfecto como inútil, cuya extensión era idéntica a la del territorio representado). Esta producción de desechos concomitante al diseño de lo "positivo" se vio agravada considerablemente con el advenimiento de la modernidad. En ella, como nunca antes, el diseño de proyectos ordenadores ocupó un lugar central. De modo que, no a pesar sino justamente en virtud de la modernidad, a medida que el orden avanzaba los desechos -"naturales" y "humanos"- se amontonaban en sus fronteras o eran desplazados "hacia la nada" (Bauman cita, entre otros ejemplos, la "campaña del desierto de Roca"). Una consecuencia de esta expulsión de las fronteras del orden es la pérdida de derechos: "no hay ley para los excluidos. La condición de ser excluido consiste en la ausencia de ley aplicable a él". Bauman se detiene en un concepto: "superpoblación". Habitualmente, afirma, el peligro de la superpoblación se asocia con regiones como Africa que, en rigor, es una de las que en la actualidad cuenta con menor densidad de población. En cambio, países como Holanda o Bélgica, cuya densidad de población es en proporción muy superior, nunca son considerados "superpoblados". Esto quizá se deba a que "el peligro de la superpoblación" no alude simplemente a la cantidad de pobladores, sino a su condición económica: "la ?población excedente´ -sostiene el sociólogo- es una variedad más de residuos humanos". Quienes son "demasiados" son aquellos que no están en condiciones de producir y consumir como "ciudadanos normales". La amenaza de su presencia es doble: ponen en peligro el trabajo de los "incluidos", muestran en un espejo una situación de la que nadie está, en principio, exceptuado. "Para quienes los odian y detractan los inmigrantes encarnan -de manera visible, tangible, corporal- el inarticulado, aunque hiriente y doloroso, presentimiento de su propia desechabilidad." En la modernidad preglobalizada, los desechos podían ser arrojados "lejos", "fuera". Hoy ya no hay un "afuera". Al contrario, los expulsados por el sistema en países subdesarrollados intentan reingresar en él en las grandes ciudades. Ahora bien, como el sistema no tiene ningún tipo de propuesta para "reciclar" a esos hombres residuales, busca al menos aparentar ante quienes aún no lo son que se ocupa del problema. Se da, entonces, un paso del "Estado social" inclusivo, a un "Estado excluyente", sustentado en el control de las fronteras. Al mismo tiempo, las cárceles -que en el "Estado social" eran vistas como instituciones de reciclaje- pasan a ser "contenedores herméticos", "centros de destrucción de residuos". En el último capítulo muestra Bauman cómo no sólo las personas, sino también sus relaciones están íntegramente atravesadas por la incertidumbre, la precariedad, la liquidez. Los contratos matrimoniales tanto como los laborales se efectúan "con una cláusula de rescisión en mente. Desde el momento de su nacimiento, los compromisos se contemplan y se tratan como residuos potenciales". Al recorrer Vidas desperdiciadas, el lector no puede evitar ver reflejada en sus páginas la precariedad de su propia situación. El oficio de ensayista de Bauman impide que el texto llegue a ser asfixiante (los ejemplos, las digresiones que tan bien maneja permiten una lectura fluida y hasta placentera) al mismo tiempo que sus argumentos hacen que la turbación que provoca la realidad en sí misma se acreciente.

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