domingo, noviembre 20, 2005

Espectros balcánicos

El escritor albanés Ismail Kadaré, primer ganador del flamante Premio Internacional Man Booker, es uno de los grandes autores europeos de las últimas décadas; aquí un perfil de su vasta obra. Ismail Kadaré, reciente ganador de la primera edición del Premio Internacional Man Booker, es, sin duda, la figura más creativa y original de la literatura albanesa contemporánea. Además, es el único escritor de esa nacionalidad que goza de amplio prestigio internacional. La fuerza innovadora de su talento no ha menguado en absoluto en las últimas cuatro décadas. El coraje con que atacó la mediocridad literaria bajo el régimen comunista trajo una bocanada de aire fresco a la cultura albanesa en los años sombríos de la conformidad impuesta. Nació en 1936 en Argirocastro, una ciudad museo. Estudió en la Facultad de Historia y Filología de la Universidad de Tirana y luego en el Instituto Gorki de Literatura Universal, en Moscú, hasta 1960, año en que las relaciones entre Albania y la Unión Soviética se pusieron tensas. Retornó a su patria, fue periodista y llegó a dirigir Les Lettres Albanaises, un periódico literario publicado en francés. También desempeñó varias funciones políticas nominales. Durante treinta años, vivió en Tirana bajo la vigilancia constante del Partido Comunista y del dictador Enver Hoxha. Inició su carrera literaria como poeta, pero se fue volcando cada vez más a la prosa. Pronto se convirtió en el maestro indiscutible de las letras albanesas y, de lejos, en el escritor más popular. Sus obras ejercieron una influencia enorme en los años 70 y 80. Para muchos lectores, Kadaré fue el único rayo de esperanza en esa lóbrega cárcel que era la Albania comunista. Las autoridades lo privilegiaron, especialmente cuando sus obras adquirieron fama internacional. Pudo perseguir objetivos literarios y personales que, para otros escritores, habrían significado ciertamente la cárcel o el exilio en su propio país. Kadaré sabía muy bien que, en Albania, un plumazo impulsivo del tirano bastaba para quitar las libertades. A fines de octubre de 1990, apenas dos meses antes del colapso final de la dictadura (Hoxha había muerto en 1985), Kadaré abandonó Tirana y pidió asilo político en Francia. Así, por primera vez, pudo ejercer su profesión con absoluta libertad. Sus doce años de exilio en París -en 2002 regresó a Tirana- fueron fructíferos; obtuvo nuevos éxitos y renombre. Sus compatriotas todavía lo admiran como poeta. Sin embargo, su reputación local y, más aún, internacional se basa por entero en sus novelas. Como prosista, su primera obra importante fue El general del ejército muerto (1963). Por su fecha de publicación -Kadaré tenía apenas 27 años- casi podría considerarse un trabajo juvenil. No obstante, sigue siendo una de sus novelas más impresionantes y mejor conocidas. "Cual ave orgullosa y solitaria, sobrevolarás esas montañas silenciosas y trágicas para arrancar a nuestros pobres muchachos de sus pétreas garras." Tal es la visión del general italiano enviado a Albania a recuperar los restos de sus soldados, caídos unos veinte años atrás. Lo acompaña un sacerdote parco en palabras. El general comienza su trabajo con un sentido de grandeza propio de su rango: "La tarea que ahora emprendía tenía algo de la majestad de griegos y troyanos, la solemnidad de los ritos funerarios homéricos". En un país lúgubre, empieza a exhumar los huesos de un ejército disperso. Poco a poco, enfrenta las horribles realidades del pasado; la futilidad de su misión lo obsesiona. La lluvia que chorrea por el parabrisas del vehículo militar que han puesto a disposición del general es una metáfora común en la prosa de Kadaré. Por ese diluvio constante y por muchos otros rasgos, la novela fue un claro avance en la literatura albanesa de la época. Los nubarrones de tormenta, el fango y la monotonía de la vida cotidiana contrastaron marcadamente con el obligatorio sol radiante y los alegres triunfos del realismo socialista. Lo mismo cabe decir del general italiano. También aquí encontramos un recurso favorito del escritor: la visión de una Albania remota, frecuentada por espectros. A la primera edición local, en 1963, siguió la edición francesa, en 1970, que echó los cimientos de la fama de Kadaré en el exterior. Su autor vivía bajo el régimen estalinista más riguroso que uno pueda imaginar. ¿De dónde sacó el coraje para publicar una novela protagonizada por un general fascista y un cura italiano? Porque, sin duda, en la Albania comunista había que tener coraje para publicar algo que fuera más allá de los panegíricos del Partido y los consabidos relatos sobre los heroicos partisanos comunistas. En 1961, Albania había roto sus vínculos con la Unión Soviética y el bloque del Este para embarcarse en una nueva alianza con la China Roja. Seguro de que sus nuevos amigos lo ayudarían económicamente, el régimen comunista albanés disfrutó de cierta estabilidad política y económica a comienzos de los años 60. En las elecciones parlamentarias de 1962, participó el 99,99 por ciento del electorado y el Frente Democrático obtuvo el mismo porcentaje de votos. ¡Un récord mundial! Por supuesto, allí no había nada parecido a una opción o una democracia efectiva, pero el Partido Comunista se sintió lo bastante seguro de haber sofocado a toda la oposición abierta como para permitir cierta libertad cultural. Duró poco: en 1966, la Revolución Cultural china irrumpió en Albania. Las novelas subsiguientes de Kadaré, como La boda (1968) y, hasta cierto punto, Kështjella (El castillo, 1970), reflejan una mayor turbulencia e inseguridad en la vida de su autor. Desde el fin de la Revolución Cultural, en 1969, hasta la llamada "Purga de los Liberales" de 1973, hubo otro período de relativa calma política. Por esos años, Kadaré escribió y logró publicar una de sus novelas más impresionantes: Crónica de la ciudad de piedra (1971). Es la historia de Argirocastro, la hermosa ciudad de Albania meridional, bajo la Ocupación durante la Segunda Guerra Mundial. Allí nacieron Kadaré y, en la generación anterior, el inescrutable dictador comunista Enver Hoxha. La novela, trabajada con delicadeza lingüística y sutiles alusiones políticas, más que una fotografía de los acontecimientos espantosos de la Ocupación, es una mezcla atrapante de observaciones, impresiones y fantasías infantiles. Aquí sobresale por primera vez la inclinación de Kadaré por lo fantástico. Años después, lo llamarían su "realismo mágico" y muchos críticos lo compararían con el de Gabriel García Márquez. En Noviembre de una capital (1975) vuelve a la Segunda Guerra Mundial, pero con un tema políticamente más aceptable: la lucha de los partisanos contra la ocupación nazi de Tirana, en 1944. Fue una obra de propaganda, un reflejo de la "lucha ideológica contra las manifestaciones extranjeras y las actitudes liberales". Abril quebrado (1978), situada en los años 30, empieza con un asesinato. Gjorg Berisha ha hecho lo que toda su familia lo exhortaba a hacer: limpiar su honor matando al asesino de su hermano, un miembro de un clan rival. Es imposible eludir los sangrientos rituales de venganza, enraizados en el viejo código de Lekë Dukagjini. El deber de "cobrar la sangre" ha aniquilado a familias enteras. Ahora, Gjorg también se ve obligado a cumplirlo, sólo para ofrecerse como víctima siguiente. Todo está regulado por la ley tribal. Aquí, Kadaré logró dar proporciones épicas a una tragedia digna de Esquilo o Shakespeare. Pocas obras del autor albanés, sin embargo, han tenido tan buena acogida entre los críticos como El palacio de los sueños. Merece contarse entre sus obras maestras. Es el mundo de Kafka y el de 1984, la novela de Orwell, trasladado al ambiente sibarítico, aunque un tanto aletargado, del Imperio Otomano. Mark-Alem, miembro de una eminente familia de burócratas, es nombrado funcionario del Tabir Sarrail, la temida oficina estatal encargada de investigar el sueño y los sueños. Debe analizar, interpretar y clasificar los sueños y pesadillas de los súbditos del sultán, para que las autoridades puedan sofocar cualquier rebelión incipiente y prevenir actos criminales. Básicamente, es una novela humorística, pero tal vez no lo sea tanto para quienes hayan vivido en un Estado totalitario. Para los albaneses, la analogía es harto evidente. Kadaré concibió su novela en 1972-1973; la concluyó y publicó en 1981. A comienzos de 1982, la Unión de Escritores Albaneses fue convocada a una reunión urgente en presencia de varios miembros del Politburó, entre ellos Ramiz Alia que, en 1985, habría de asumir el poder tras la muerte de Hoxha. Los escritores y los miembros del Partido criticaron severamente la novela de Kadaré, aterrados por sus alusiones patentes. Empero, a esa altura, el Partido estaba exhausto. Rota su alianza con China y, por consiguiente, privada de su ayuda, Albania vivía una rápida declinación económica. A Kadaré, ya con fama internacional, no podrían enviarlo a la cárcel o al exilio sin provocar un escándalo. Así pues, aprobaron El palacio de los sueños. Sorprendentemente, su autor sobrevivió al tumulto, continuó su carrera literaria y, con ello, dio a conocer al mundo la literatura albanesa. El cortejo nupcial helado en la nieve (1986) evoca el levantamiento albanés de marzo y abril de 1981 en la, por entonces, autónoma región de Kosovo. Cuando los albano-kosovares pidieron ser reconocidos como república dentro de la Federación Yugoslava, el gobierno serbio de Belgrado respondió tomando duras represalias e imponiendo la ley marcial. La tensión entre los albaneses y los serbios alcanzó otro cenit trágico cuando esos dos pueblos, que desde hacía siglos compartían las llanuras de Kosovo, se enfrentaron en vez de unirse y convivir en armonía. Kadaré es implacable al describir las realidades políticas de Kosovo. El título alude a una unión amorosa imposibilitada por las circunstancias. Según cuenta la leyenda, los oras (espíritus mitológicos) transformarían en hielo un cortejo nupcial, antes de que llegara a la casa, para impedir lo que, simplemente, no está permitido. Muchas otras novelas de Kadaré merecen los elogios de los críticos: El puente de los tres arcos (1978), que transcurre en la Edad Media, El viaje nupcial (1979, cuento maravilloso basado en una leyenda medieval balcánica), El concierto (1988), La pirámide (1993), El expediente H (1997), y, más recientemente, Frías flores de marzo (2000) donde reaparece el tema de la venganza. Kadaré ha mantenido intacta su energía. Hace poco, publicó dos ediciones paralelas de sus obras completas (en albanés y francés), en doce gruesos volúmenes. En octubre de 1996, ingresó en la Academia Francesa. Ha sido nominado varias veces para el Premio Nobel de Literatura. Sin duda alguna, ha sido un escritor profundamente disidente que, al mismo tiempo, fue un conformista. Hasta la caída de la dictadura, en su prosa, el disenso fue discreto pero ubicuo. Kadaré no perdió ocasión de atacar las locuras y excesos del sistema comunista albanés. No obstante, muchos de sus dardos escaparán a la comprensión de quienes no hayan vivido bajo ese régimen. El mero tratamiento conformista de un tema prohibido constituía de por sí un acto de disenso extremo equivalente a una traición. Si bien algunos observadores locales lo consideraron un oportunista político y, más tarde, muchos albaneses exiliados clamaron contra sus componendas, Kadaré fue, más que nadie, el que asestó el golpe de gracia a la literatura del realismo socialista. Y lo hizo desde adentro.

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