domingo, noviembre 20, 2005

Paul Auster, el escritor en su laberinto

Usa la misma máquina Olympia de hace treinta años y detesta la computadora. Cómo es el genial autor de "La invención de la soledad" cuando se encierra a escribir. Un hecho definitorio en la ficción de Paul Auster es el que tiene lugar en La ciudad de cristal (1985), cuando suena el teléfono en el departamento del protagonista, Quinn, y una voz pide hablar con Paul Auster. Quinn pasa a personificar a Auster en un trabajo de detective privado y termina viviendo en la basura. Por la mitad de la historia, Quinn llama al "verdadero" Auster, un tipo alto de treinta y tantos años con ropa arrugada y barba de dos días. Auster se muestra amable y presenta al desconocido a su esposa, Siri, que es escritora, y a su hijo Daniel, a pesar de que estaba trabajando cuando sonó el timbre. "En la mano derecha, entre el pulgar y el índice, sostenía una lapicera fuente sin capucha, todavía en posición de escribir."Su arreglo personal mejoró en los últimos veinte años, pero en otros sentidos el escritor sigue siendo reconocible en su ficción. Al igual que su doble imaginario, vive en Nueva York con la novelista Siri Hustvedt. Como él, escribe de la mañana a la noche, usa una lapicera y luego tipea el resultado en una vieja máquina de escribir manual Olympia.La escritura es una fuerza poderosa en el mundo que creó Auster. Sus personajes siempre destacan la fuerza de la palabra. "Nunca habría que subestimar el poder de los libros", dice Nathan, el genial narrador que envejece en su nueva novela (la duodécima), The Brooklyn Follies, que sale ahora en inglés y estará en Buenos Aires el año que viene a través de Anagrama.Si hay un motivo recurrente en la ficción de Auster, sin duda es el cuaderno en blanco. En La noche del oráculo (2004), Sidney Orr trabaja con tal concentración en su novela (llamada La noche del oráculo) que se hace invisible a su esposa. Auster sugiere que en ocasiones siente que se cayó del mundo. "Sólo una persona que en serio tiene ganas de hacerlo se encerraría en una habitación todos los días", dice. "Cuando pienso en las alternativas —qué hermosa puede ser la vida, qué interesante— me parece una forma muy absurda de vivir."Los Auster y su perro, Jack, viven en un elegante edificio de piedra marrón de cuatro pisos en Park Slope, Brooklyn. Su hija adolescente, Sophie, que hace poco lanzó un CD de poesía francesa musicalizada con rock suave (y algunas letras de Papá incorporadas: "Cierra los ojos y mírame/ Cierra la puerta y serás libre"), está ahora en la universidad. Daniel, hijo de un matrimonio anterior, vive en otra parte.Hustvedt trabaja en casa, mientras que Auster lo hace en un departamento que alquila en el mismo barrio, "del que nadie tiene el número de teléfono, excepto tres o cuatro personas importantes, y donde puedo estar en paz". En la casa de la familia el teléfono suena con frecuencia, si bien es más probable que el que llama sea un director de cine europeo y no alguien que vive en la basura y se llama Quinn. Sobre el piano, en el que se ven gran cantidad de fotografías, cuelga una serie de pinturas de la famosa máquina de escribir. Una máquina de escribir del tamaño de un tintero adorna la mesa baja junto a la cual Auster se reclina y fuma un cigarro Schimmelpen ninck tras otro."Me gusta el sonido de las máquinas de escribir. Tengo la misma desde hace treinta años, y ya era usada cuando la compré. Sólo se descompuso una vez, y la hice arreglar. Las computadoras le traen problemas a la gente permanentemente." Su editor ahora le exige que entregue los libros en disquete, de modo que se compró una laptop en la que escribió la versión definitiva de sus últimas novelas. "La odié. Tocaba teclas equivocadas y pasaban cosas raras."Mientras The Brooklyn Follies se abre paso en el mundo, Auster espera noticias de su editor sobre un nuevo trabajo, Travels in the Scriptorium. Para aprovechar el tiempo, se dedica a editar los cuatro tomos de las obras de Samuel Beckett, cuya publicación está prevista para el centenario del gran escritor irlandés, en 2006.Beckett era un escritor del que Auster sentía que tenía que liberarse. "Cuando uno lee a Beckett por primera vez, tiene la sensación de que reinventó la novela y de que, al mismo tiempo, hizo imposible que alguien volviera a escribir novela. En cierto sentido, sentía que él me agobiaba. Me llevó un tiempo desembarazarme de la pesada carga de Beckett. Y no sólo de él, sino también de otros escritores. Cuando uno es joven lee a nuevos escritores todo el tiempo y va cambiando de opinión respecto de cómo debería sonar uno. Fue así que tuve mi período Henry Miller, mi período Thomas Pynchon. Seguía cambiando. '¿Qué estoy diciendo?' '¿Quién soy?'".Auster lamenta que en los Estados Unidos decline el interés por la ficción extranjera. Y sostiene que ese alejamiento es "la gran tragedia editorial estadounidense. Así fue evolucionando la cultura estadounidense. Nos volvimos muy herméticos. Ya no nos interesan los otros. Eso nos perjudicó política y culturalmente. Perdimos el gusto por lo que llamaría 'lo exótico'."Con frecuencia y placer, Auster viola la regla tácita de que los escritores no deberían escribir novelas sobre escritores. "Me interesa revelar el trabajo", dice Auster. "Cuando se toma un libro, todos saben que es imaginario. No hay que fingir que la gente no escribe. La narración en tercera persona omnisciente no es la única forma de hacerlo. Una vez que se está escribiendo en primera persona, el narrador es un escritor." Ese gusto por exponer el artificio narrativo se remonta a su amor por Don Quijote.En las novelas recientes, la voz narrativa abandonó la austeridad europea (un juego de palabras que seguramente Auster evitaría) y se acercó más a la lengua estadounidense. "Mis primeros encuentros apasionados fueron sobre todo con escritores estadounidenses: Hawthorne, Melville, Hemingway, que, por supuesto, llega a todos los jóvenes. Creo que se debe a que es un escritor muy estilizado. Tiene un estilo muy elaborado, de modo que, como escritor principiante, uno toma conciencia de la posibilidad de manipular las palabras de forma tal de crear un efecto."En The Brooklyn Follies, Nathan (que escribe su propio "Book of Human Folly") empieza como un charlatán, pero la intención es que sea "un narrador", y poco después el lector se interesa por su historia sobre cómo se vería la moza "gloriosa" del Cosmic Diner sin ropa. Auster comenzó el libRo en 1993, pero lo dejó para escribir Timbuctú, una novela protagonizada por un perro. "Durante unos años me interrumpió el trabajo en cine. Luego quise escribir La noche del oráculo, que también tenía en la cabeza desde hacía veinte años." Mientras salta de libro en libro, éstos se fecundan entre sí. "En un primer momento, la historia del perro era parte de The Brooklyn Follies. En El palacio de la luna había un personaje llamado Quinn, pero eliminé cosas y las usé en La ciudad de cristal, de modo que, en cierto sentido, nada se pierde." Paul Benjamin Auster nació en 1948 y creció en South Orange, Nueva Jersey. En su casa había pocos libros. Su padre, sobre el cual escribió con una mezcla de amargura y remordimiento en su trabajo autobiográfico, La invención de la soledad (1982), era un hombre simple. "Los libros lo aburrían, y era rara la película o la obra de teatro con la que no se durmiera." Su madre trató de dejarlo después de la luna de miel. En medio de ese infierno doméstico había muy poco oxígeno como para conversaciones culturales. "Pero había una biblioteca pública bastante buena, de modo que iba con asiduidad." La literatura ingresó a la casa de manera inesperada. "La hermana de mi madre estaba casada con un hombre llamado Allen Mandelbaum, que era un gran traductor. Cuando yo era chico se fue a vivir a Italia y guardó todos sus libros en casa. Unos años después, mi madre y yo abrimos las cajas. Fue así que, en la adolescencia, pude leer gracias a la biblioteca de mi tío."Tras abandonar sus estudios en la Universidad de Columbia a fines de los años 60, Auster vivió en Francia. Una opinión bastante común es que es un escritor estadounidense de ascendencia europea. Su primer libro, que publicó él mismo en Living Hand, la pequeña imprenta que dirigía con su primera esposa, era una recopilación de traducciones de poemas surrealistas. "El libro que me convenció de ser escritor fue Crimen y castigo. Después de devorármelo en dos o tres días, me dije que si eso era lo que un libro podía ser, entonces quería hacerlo".

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