domingo, febrero 13, 2005

Ryszard Kapuscinski

El polaco Ryszard Kapuscinski es una celebridad del periodismo contemporáneo; en todo caso, uno de los referentes obligados para cualquiera que trabaje en la sección de noticias internacionales de un medio escrito, y una suerte de ejemplo a contramarcha de "nuevo periodismo". Ocurre que Kapuscinski fue entre 1959 y 1981 corresponsal de la agencia de noticias estatal de Polonia (PAP), con todo lo que ello supone en restricciones de escritura: las que derivan del estilo informativo propio de una agencia y las resultantes de los recortes de sentido que imponía un régimen como el polaco en aquellos años. Buscando saltar esos obstáculos, saliendo de una asfixia de escritura, Kapuscinski comenzó a escribir ensayos y crónicas que narraban desde otro ángulo lo que debía volcar en cables anodinos. Con esas crónicas (El Emperador, El Shá, El Imperio, ...bano, La guerra del fútbol, Un día más con vida, entre otros) se hizo mundialmente famoso. Abonó, partiendo de otro lugar, aquello que Tom Wolfe y Truman Capote en Estados Unidos, o Rodolfo Walsh entre nosotros, postularon como el periodismo novelado o la novela periodística, esto es, el proceso que transformó para siempre desde la década del 60 el modo en que se hace periodismo en buena parte del mundo. La fama de Kapuscinski se mide a partir de los medios que lo contrataron como corresponsal (Time, New York Times, Frankfurter Allgemeine Zeitung), de las universidades que lo convocaron para dar clases (Harvard), de los premios que recibió (como el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, hace dos años), o de los elogios de escritores como Paul Auster o el propio Gabriel García Márquez, "periodista-novelista" que lo convocó a dar clases en su fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. El mundo de hoy está presentado como un complejo collage de fragmentos de sus libros, provenientes tanto de aquellos editados en español como en polaco, de conferencias, entrevistas y hasta de pasajes de otros libros o hechos citados por Kapuscinski. La edición da orden al conjunto, separa recuerdos por un lado, reflexiones sobre el acto de escritura por el otro y, para finalizar, retazos de reflexiones sobre el mundo contemporáneo. Gracias a esta mezcla, muchas veces un mismo tema aparece desplegado en registros distintos, algo que entrega pasajes muy logrados donde, como en un caleidoscopio, el lector va auscultando los cambios de forma en la trama que va del hecho a sus interpretaciones, de la interpretación a sus hechos y de ambos a las vivencias. En este libro, el periodista aparece en tres facetas: la del aventurero, la del analista y la de la persona profundamente preocupada por el devenir del mundo. Las páginas más originales albergan al periodista-aventurero, como ocurre con "El Tieso", asombroso relato donde cuatro personas, entre ellas Kapuscinski, cruzan Polonia a campo traviesa cargando un ataúd para llevar el cuerpo de un hijo a su padre, que no puede desplazarse: una historia propia de ese "realismo mágico versión Europa del Este" que es moneda corriente en las películas de Emir Kusturica. Aquí también se hallan las reflexiones más agudas sobre el periodismo contemporáneo, cuando explica que no fue a la primera Guerra del Golfo porque en las condiciones impuestas por Estados Unidos, su cobertura equivalía a trabajar "para un departamento de propaganda al servicio del estado mayor norteamericano"; cuando confiesa que hasta hace poco tiempo no valía la pena cubrir nada en Europa porque "allí no pasaba nada"; o cuando pinta ferozmente a cierto tipo de corresponsales contemporáneos, que "parten de viaje como si fuesen en misión diplomática", "se alojan en el Sheraton" y "no hacen otra cosa que tragar pastillas de la mañana a la noche. Para preservar su cuerpo contra la malaria, contra la disentería, contra todo". Asimismo, el periodista-analista muestra un gran conocimiento sobre África, Europa, América latina o el Islam, salpimentadas con jugosas notas personales: "Tegucigalpa: en Tegucigalpa no hay en qué pensar". En cambio, con el periodista-comprometido emerge un tono que conspira seriamente contra el conjunto del libro. La lógica de Kapuscinski sería la siguiente: como él pasó una infancia pobre y en medio de la guerra, puede explayarse sobre las desigualdades en el mundo porque está del lado de los que menos tienen. Y de este modo se multiplican un conjunto de reflexiones banales (en especial sobre "la globalización") y de situaciones cursis que su estatura de celebridad no alcanza a disimular. Baste el caso de "Juicio al siglo XX", donde él comparece ante un tribunal ficticio que fallará a favor o en contra del siglo pasado y dialoga con un fiscal que trata de ver el lado positivo del período, mientras Kapuscinski-justiciero señala todo lo que se hizo mal. Es justamente la faceta de periodista-comprometido la que, incluso contradiciendo a las otras dos, inicia una cavilación chata respecto de la escritura y de su ligazón con la búsqueda de la precisión y de la descripción de la realidad "tal cual es". Entonces Kapuscinski, que buscó huir del periodista de agencia de prensa, que mezcló la poesía con procedimientos novelísticos y pinceladas autobiográficas, termina revelándose como un autor ubicado mucho más acá del "nuevo periodismo" y mucho menos creativo de lo que podría pensarse. Teniendo en cuenta, entonces, las luces y las sombras de esta obra, sólo cabe desear que vuelva a escribir aquellos relatos que lo hicieron famoso.

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