De los millones de palabras vertidas o fotogramas filmados sobre el Holocausto, no hay ni un solo libro o película que llegue alguna vez a representar cabalmente lo que fue aquella matanza sumida en el esplendor de la irracionalidad. Está el retrato intimista (El diario de Ana Frank, y La noche, el alba, el día, de Elie Wiesel), el relato-testigo (la trilogía de Primo Levi: Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados), el racconto cotidiano del horror (los diarios del filólogo alemán Victor Klemperer), el esbozo reflexivo (La especie humana, del escritor comunista francés Robert Antelme, o Un instante de silencio en el paredón y Sin rumbo, del húngaro Imre Kertész), y los miles de obras historiográficas que abundan en este continente temático con el fin de devolver a la barbarie su realidad y hacerla inteligible a través de la palabra. Sin embargo, ninguno es capaz de mostrar el todo sin caer en la simplificación; lo que hacen, en cambio, es exponer a la luz una parte pequeña del rompecabezas infinito de la bestialidad. Cuando se sentó a escribir lo que sería la obra cúlmine de 15 años de investigación sobre el nazismo, el inglés Laurence Rees (productor y director creativo de la BBC, especializado en documentales y programas sobre historia) partió justamente de esa idea: sus documentales televisivos y libros futuros nunca desmenuzarían la escena completa del genocidio, sus múltiples aristas, las causas y consecuencias particulares (las no contadas por la Historia) o tampoco darían cuenta de millones de anécdotas personales –cada una única y valiosa– que se perdieron para siempre: su trabajo, al menos, serviría en un futuro no muy lejano, cuando se desvanezca la memoria viva y no quede sobre la Tierra un solo sobreviviente del exterminio, como una especie de cápsula del tiempo capaz de conservar intacta en sus páginas la recreación literaria del hito del siglo XX. De modo tal que la literatura no sólo encontrara su fuerza en el goce estético sino también en su emplazamiento como única fuente de conocimiento y comprensión del mundo.
Y así lo hizo: a través de cientos de entrevistas realizadas a sobrevivientes del genocidio y a verdugos nazis, reconstruye en cuatrocientas y pico de páginas el corazón de –como él la llama– la “orgía de la destrucción”: Auschwitz. 14 de junio de 1940-27 de enero de 1945. Excluyendo cualquier alusión a la dimensión mítica de una batalla entre el bien y el mal (forma más usual de describir el conflicto), Rees aborda el tema con una estrategia doble de distanciamiento y proximidad: primero expone fríamente los hechos, las evidencias y los números de la muerte, y cuando se cree que está todo dispuesto para que el libro entre en una pendiente enumerativa y ríspida, arremete con la fuerza del testimonio (de víctimas y victimarios, con nombre y apellido) que genera un juego doble de empatía y asco (en cuanto a las palabras de los verdugos, que en su mayoría no se arrepienten de lo hecho).
Publicado en concordancia con el 60º aniversario de la liberación del campo de concentración y exterminio donde murió un millón de personas, Auschwitz: Los nazis y la “solución final” –hay que advertir– resulta difícil de leer. No por el estilo que adopta el autor en el relato de su evolución o por la montaña de datos y explicaciones que presenta sobre lo que un grupo de seres humanos educados y tecnológicamente avanzados puede llegar a hacer (los experimentos de Mengele; la venta de personas como conejillos de Indias a compañías como Bayer; las razones del uso del Zyklon B –hacía menos “penoso” el proceso homicida: los verdugos nazis ya no tenían que mirar a sus víctimas a los ojos mientras los asesinaban–; el dato de que cerca del 85% de los miembros de las SS que sirvieron en Auschwitz quedaron impunes), sino justamente por lo macabro del referente: la exposición de los aspectos más crudos acaecidos en el mayor escenario de muerte de la historia y la locura megalomaníaca de una jauría de criminales aferrados a la siniestra lógica hitleriana de la concepción ultradarwinista del mundo
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