Es uno de los escritores de lengua francesa más importantes. En este diálogo habla de cuánto le cuesta dar por terminado un libro, más aún publicarlo, y se refiere a sus excentricidades y rituales
Conocer a François Weyergans es como entrar en un cuarto de espejos deformantes. Considerado una de las plumas más talentosas de la literatura francesa, Weyergans (Bruselas, 1941) es -como los personajes de sus libros- indescifrable, maniático, obsesivo, fetichista, desordenado, extravagante, un auténtico misterio: ¿genio, demonio, farsante, manipulador, neurótico al borde la patología o quizás todo a la vez? ¿Cómo definir a un hombre que reescribe cien veces cada párrafo porque no puede poner punto final a un libro? Que no cuelga el teléfono porque no tolera ser él quien interrumpe un diálogo. Que es capaz de recordar por qué utilizó cada palabra de sus libros. Que no puede sentarse a escribir si falta un solo elemento de su entorno habitual. Que duerme junto al último manuscrito para no abandonarlo. Que sólo acepta publicar si termina de escribir en agosto o, de lo contrario, espera hasta el año siguiente. Que es un maniático de la aritmética: sabe cuántos días vivió desde su nacimiento. Que considera la ternura una palabra desagradable. Entre otras curiosidades, filmó una película, Color carne, que nunca llegó al público, a pesar de su reparto estelar: Dennis Hopper, Bianca Jagger, Verushka y el bailarín argentino Jorge Donn. Tampoco pudo estrenar otra media docena de películas que dirigió en su carrera cinematográfica. El asegura que se trata de una sucesión de infortunios: todos sus distribuidores quebraron justo antes de la exhibición. Pese a todo, sus biografías lo califican de "gran cineasta" y sus filmes recibieron importantes galardones. Después de siete años de ausencia en las librerías, durante la cual, cada verano, su editor anunciaba inútilmente, con grandes campañas de prensa, su inminente aparición, Weyergans acaba de publicar su nuevo libro: Trois jours chez ma mère (Tres días con mi madre). "Cada verano me digo que es hora de dejar de no publicar", escribió hace tres años, aludiendo a su imposibilidad casi genética de poner el punto final a una obra. De esa época, conserva un voluminoso dossier de prensa con todos los artículos que proclamaban la salida de sus libros. El mismo contribuía a alimentar esa superchería con decenas de entrevistas. -Es como un juego. Es apasionante ver qué pasa cuando la gente espera. -¿Y qué pasa? -Nada, en el fondo la gente espera. Es amable de su parte. Es halagador sentirse esperado. Pero es muy peligroso. Podrían decirse "No vamos a esperarlo". También podrían decir "Después de todo no valía la pena". El juego consiste en llevar el riesgo a sus límites y ver. Con esto, consigo que mi vida sea bastante interesante. El único que comprende esos mecanismos es su gran amigo, el coreógrafo Maurice Béjart: "Escoger una solución es perder todas las demás. François hace vida conyugal con sus manuscritos. Nunca quiere divorciarse", interpreta. Durante siete años, cada noche -porque vive de noche-, Weyergans trató de escapar de su obsesión. Para escribir, se atrincheraba en su escritorio, donde reina un desorden indescriptible, rodeado de libros, diccionarios y miles de hojas "de tamaño A4, de al menos 80 gramos" escritas a mano, tachadas y reescritas. "Tengo una excelente memoria visual. Sé perfectamente dónde están las escenas que escribí. A veces, al buscar una de ellas, caigo sobre otra y decido integrarla al libro en curso", precisa. Para poner orden, hasta pensó en tender una cuerda y colgar las hojas con broches, "como hacía Louis-Ferdinand Céline. Pero me dije que era mejor así". Mientras espera la inspiración, durante esos aquelarres nocturnos, toma té verde, escucha a Bach, les escribe versos a sus cuatro hermanas, y fuma entre dos y tres paquetes de Gitanes. En los períodos en que las musas rehúsan acudir a su mesa de trabajo, adopta drásticas medidas para obligarse a escribir: compra yogur y se promete terminar el libro antes de la fecha de expiración. Cuando le falla ese recurso, compra latas de sardinas en aceite, "que duran varios años más". También envía decenas de mensajes de texto desde su teléfono celular. "Lo más duro: ¿pensar o escribir? No es simple escribir lo que uno piensa. Pues, ¿qué pensar?", dice uno de los textos recibidos en los últimos días por un amigo. En el suelo, entre libros y hojas sueltas, hay un colchón. "Cuando consigo escribir varias páginas, no quiero alejarme de ellas. Me siento como un niño con un regalo recién recibido. Entonces extiendo el colchón y duermo allí", confiesa. En su escritorio también hay dos computadoras, cuatro máquinas de escribir mecánicas y una inmensa impresora con teléfono y fax."Fax" es una palabra mágica para Weyergans. Cuando comienza su inmersión en la escritura, justo en el momento en que las estrellas brillan y la ciudad duerme, el fax adquiere una frenética actividad. En cuatro años, ha enviado más de 1.200 faxes a la Tierra entera: amigos, familia, escritores, editores, banqueros y acreedores. -¿Por qué tantos faxes? -Porque también eso es escribir. Finalmente decidió terminar el libro por insistencia de su madre: "Deberías publicar. La gente creerá que estás muerto", le dijo. Además, reconoce, cada vez recibía más visitas de oficiales de justicia y perceptores de impuestos que acudían a reclamarle deudas en mora. "Yo soy un pobre de lujo", les advertía. Finalmente, al cabo de esos siete años de equívocos, angustias y especulaciones, consiguió terminar su manuscrito en agosto. El esfuerzo le hizo perder nueve kilos en los últimos quince días de trabajo. Su novela causó tanta sorpresa que, apenas salió, comenzó a figurar entre los favoritos para ganar el preciado Premio Goncourt. Trois jours chez ma mère es la continuación de Franz et François (1997), que evocaba la relación tormentosa del novelista con su padre, el crítico de cine y escritor católico belga Franz Weyergans. Weyergans padre murió pocas semanas después de haber sido publicado Le Pitre, el primer libro de su hijo, a quien le había prohibido ser escritor y recomendado que eligiera la carrera de cineasta. Antes de publicar esa novela, François intentó superar el conflicto a través de un largo psicoanálisis con Jacques Lacan. Hoy, el novelista corrige la versión: "Lo que disgustó a mi padre fueron los pasajes altamente eróticos del libro. Tenía miedo de que pensaran que había sido él, el ultracatólico, quien lo había escrito. De lo contrario, hubiese aceptado que yo me dedicara a la literatura", conjetura. Ahora el objeto de reflexión es la figura cautivadora de la madre, personaje omnipresente en este segundo capítulo del díptico familiar. -Para terminar Franz et François tardó cinco años. ¿Por qué esta vez necesitó siete? -Porque con el padre había un conflicto. Aquí hay menos conflicto entre esa madre y su hijo. Esto fue mucho más difícil. Hace unos años hice un libro sobre la vida de un monje en el siglo IV, Macaire, el copto, que vivía en el desierto y que dejaba de creer en Dios. Terminarlo fue terriblemente difícil porque después de la cuarta página no había más nada que decir sobre el desierto: tres o cuatro piedras, el sol, cinco insectos? y se terminó. No hay conflicto exterior en un desierto. El conflicto era interior. Con la madre fue igual. Desde el primero al último de sus libro, Weyergans despliega una erudición que fascina al lector. Presa de una curiosidad sin límites, su avidez por el conocimiento lo induce a estar al corriente de todas las publicaciones, los espectáculos, las enciclopedias, los periódicos de moda o de deportes, el teatro japonés, la pintura, los filmes de los años 30, los teósofos de la Edad Media y los manuales de ebanistería. Esa búsqueda insaciable es quizá una forma más de abordar el tema central de su obra, la cuestión que no cesa de angustiarlo: el acecho de la disolución de la identidad. Ese "¿quién soy?", que se formulan cada uno de los héroes de sus novelas. Para Weyergans, la respuesta parece ser: "Soy escritor". En uno de sus libros más celebrados, La démence du boxeur (La demencia del boxeador), a través de un personaje, Melchior, el novelista constata que el cine "como arte, no como industria del espectáculo" está a punto de morir y que la escritura, obra de un hombre solo enfrentado con el tiempo, resiste a todas las usuras, a todas las degradaciones, a la voracidad del mundo que lo rodea. -Las mujeres, otro elemento central de su obra, también constituyen un lazo indisoluble con la escritura. -Lo que espero de las mujeres que conozco es que me den ganas de escribir. El sexo es, con la escritura, el segundo gesto de rebelión a la autoridad paterna. Omnipresente en sus libros, el sexo es el tema más importante de Salomé, su primera novela, escrita hace 36 años y publicada pocos días después de Trois jours? Delirante, onírico, el libro es un vagabundeo amoroso, erótico, que cuenta las emociones de un joven cineasta, especie de Casanova desencantado que va a Bruselas a escuchar Salomé de Richard Strauss. "No esperaba lo que me cayó encima esa noche. Una conmoción. ¿Es mi culpa si las mujeres turbadoras me turban y si las mujeres desconcertantes me desconciertan?", se inquieta el personaje. Para el joven escritor, Salomé es el resumen de todas las mujeres, de todas las experiencias y todos los fantasmas que lo acompañarán durante su vida. "Reúno en el nombre de Salomé todas las vaginas desfloradas desde la muerte del tetrarca Herodes Antipatros", confiesa en el texto. Su nueva novela es la historia de un libro imposible de escribir, de citas postergadas una y otra vez: con la creación, consigo mismo y -de paso- con su madre. Trágico, cómico, escrito con un lenguaje fluido y cristalino como el hilo de agua de un manantial. Trois jours chez ma mère es una formidable novela sobre la dificultad de la creación literaria y una vertiginosa reflexión sobre el escritor y sus dudas. Lleno de humor y de angustia, de locura y de nostalgia, de erotismo, banqueros, inspectores de impuestos y digresiones sobre la vida de los insectos; su prosa remite inevitablemente a ciertas películas de Woody Allen. El libro pone en escena a un escritor incapaz de escribir que, para terminar un libro prometido a un editor, decide visitar a su madre en el sur de Francia. La sutileza de la novela reside en que, lejos de ser un relato lineal, la historia se articula como un juego de muñecas rusas que se desarma frente a un espejo. Como en Franz et François, el intérprete de la novela es François Weyergraf, falso doble del autor. Weyergraf inventa a su vez un personaje, Graffenberg, que inventa por su parte a un cierto Weyerstein? Todos, naturalmente, intentan escribir sobre sus madres. Para Weyergans, esa astucia es una forma más de confundir las pistas, de mostrar la complejidad de la relación entre el autor y su obra. En este caso, esa relación parece imposible de desenmarañar: todos sus lectores terminan por confundir ficción y realidad, y juran que el protagonista es el escritor. "Un día, escribiré un libro sobre una piedra y todos creerán que la piedra soy yo", dice el personaje del libro a su madre. -¿Usted confunde realidad y ficción en forma deliberada? -Los críticos dicen que mi obra es autobiográfica. Es mucho más sutil que eso. En realidad, es casi al revés. Yo invento una vida al personaje con el cual termino por identificarme. Es una forma de conocer mejor mi propia vida. Y viceversa. Por ejemplo, un día quería hacerle cortar el pelo a mi personaje. Y me di cuenta de que hacía mucho que no lo hacía yo mismo. Entonces fui al peluquero y terminé redescubriendo la sensación que dan el peine y las tijeras en la cabeza. Y así pude contarlo mejor. Eso indica bien la ambigüedad entre la creación y la realidad. -¿Piensa que la crítica literaria no está preparada para entender este tipo de "juego"? -Creo que la forma actual de recibir los libros está muy atrasada en relación a lo que ocurre con otras formas de arte. Cuando los críticos dicen "es alusivo", tengo la impresión de que es lo mismo que reprochar a Picasso pintar los dos ojos de una mujer del mismo lado de la cara. O a Matisse pintar una mano con cuatro dedos. Ellos sabían muy bien que una mano tiene cinco dedos. Es que quisieron hacerlo así. Como viaja muy poco porque teme no querer volver, Weyergans no ha podido cumplir su sueño de viajar a Buenos Aires para conocer el Teatro Colón. -Quien despertó esa curiosidad fue el desaparecido bailarín Jorge Donn, que terminó por convertirse en uno de sus mejores amigos. -Sí. Yo estuve a su lado en sus últimos momentos. Antes de morir, en noviembre 1992, en una clínica de Lausana, me dijo "Estoy orgulloso de vos". Siempre me hablaba del Teatro Colón de Buenos Aires. Desde entonces me digo que algún día debo ir a conocerlo. -Donn también le hizo descubrir otro de sus tesoros secretos: la milonga. -En los años 70 me trajo de Argentina una colección de milongas que me ayudan a pensar durante mis noches de insomnio. La milonga no tiene nada que ver con el tango. Es mucho más triste, más melancólica. Es excelente para la inspiración. Ahora que por fin "dejó de no publicar" y puede ver su libro en las pilas de best sellers de las librerías, el novelista está lleno de proyectos. Por empezar, volverá al cine. Acaba de firmar un contrato con el productor Claude Berri para dirigir un filme, cuyo argumento mantiene en secreto. Su única ambición es que el protagonista sea interpretado por Sean Penn, "aunque debería adelgazar un poco. No debe ser muy difícil contratarlo -conjetura-; sólo hay que convencerlo y pagarle lo que pide". Simultáneamente, François Weyergans escribirá tres libros. Todos -prometido- estarán terminados en el mes de agosto. Por Luisa Corradini Para LA NACION - París, 2005 Obras François Weyergans nació en Bruselas en agosto de 1941. Es cineasta de formación y autor de doce novelas publicadas a partir de 1973.
Le Pitre (Premio Roger Nimier, 1973)
Berlin mercredi (1979)
Les figurants (Premio de la Société des Gens de Lettres y Premio Sander de la Academia Real de la Lengua de Bélgica, 1980)
Macaire, le copte (Premio Rossel y Premio Deux Magots, 1981)
Le radeau de la méduse (Premio méridien des quatre juys, 1983)
Françaises, français
La vie d’un bébé (1986)
Je suis écrivain (1989)
Rire et pleurer (1990)
La démence du boxeur (Premio Renaudot, 1992)
Salomé (Primera novela, escrita hace 36 años y publicada en 2005)
Franz et François (2005)
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