domingo, febrero 05, 2006

YRIGOYEN por Guillermo Gasió-(Corregidor)

Reconforta, en estos tiempos de productos historiográficos fast-food escritos por autores más sensibles al mercado que a la reconstrucción del pasado, la aparición de Yrigoyen. El mandato extraordinario 1928/1930, de Guillermo Gasió. Han transcurrido más de siete décadas desde el final del segundo mandato del presidente Hipólito Yrigoyen y ha sido necesario un esfuerzo de treinta años para que emerja, por fin, un Yrigoyen construido con honestidad intelectual y paciencia de orfebre -sin el lastre que suelen aportar devotos y detractores- que ilustra casi un medio siglo marcado por la generación del ochenta. El mandato extraordinario, el primer volumen de los tres previstos, está consagrado a la segunda presidencia del caudillo radical y establece con precisión el alcance, el significado y las consecuencias de la elección plebiscitaria del l° de abril de 1928. Yrigoyen no derrotó a una opción partidaria opositora casi inexistente, sino a una coalición liderada por una facción de su propio partido (los antipersonalistas) que reunió, adicionalmente, a conservadores y liberales. La elección fue impactante: "conquista 839.140 votos, el 57.41% de los votos emitidos en todo el país; se impuso en el 93% de los distritos electorales". En la Provincia de Buenos Aires ganó con el 59% y en Córdoba con el 69.50% sobre el 23.89% del Frente Unico Antipersonalista. Este resultado, que marcó la supremacía interna yrigoyenista, anticipó también el surgimiento de la intransigencia radical de Lebenshon, Balbín, Frondizi y Larralde en la provincia de Buenos Aires y de Sabattini, Del Castillo e Illia en Córdoba. El radicalismo antipersonalista se opacaría en los pliegues del fracaso de la Unión Democrática en 1946. El 12 de junio los electores confirmaron el resultado electoral. De 376 electores, Yrigoyen obtuvo 245. La legalidad y la legitimidad se reforzaron recíprocamente aunque naufragarían en menos de dos años. ¿Por qué? La respuesta de Guillermo Gasió se encuentra probablemente en los próximos dos tomos, pero de la lectura de este primero es posible extraer algunas líneas de un razonamiento que ayude a comprender no sólo las raíces del primer golpe de Estado del siglo XX sino también las del comienzo de la alternancia democracia-autoritarismo-democracia. Si bien logró el control de la Cámara de Diputados de la Nación ( 92 radicales contra 35 conservadores y 16 antipersonalistas), Yrigoyen se mantuvo en minoría en el Senado (9 radicales, 8 conservadores y 8 antipersonalistas). El plebiscito fue origen y justificación del mandato extraordinario, el triunfo de la causa y el prólogo de la reparación. Retórica aparte, este triunfo electoral parecía terminar con el poder de los "hacendados, los patrones de la industria azucarera y vinera, los grandes terratenientes, y demás capitalistas que, antes de la reforma electoral de 1912, acostumbraban acreditar a su favor los votos de sus asalariados", según escribió José N. Matienzo en LA NACION el 23 de mayo de 1928 (citado por el autor). Los hijos de los inmigrantes masivos del fin de siglo habían sido reconocidos. Una curiosidad nada inocente: no hubo campaña electoral para la UCR. Apenas una semana antes del comicio, Yrigoyen aceptó la candidatura y la convención nacional del partido lo nominó por aclamación. Halperín Donghi destaca, no sin razón, la maestría del viejo caudillo en la preparación electoral. Un experto comunicador contemporáneo señalaría el silencio, la distancia de los acontecimientos y el carisma como responsables de aquel triunfo. Por esas condiciones fue invulnerable para los diarios y revistas, los únicos medios de comunicación política existentes entonces. Sería sin embargo su víctima unos meses después, a comienzos de 1929. Pero no fueron los panfletarios enardecidos de los periódicos quienes comprometieron la legitimidad primero y terminarían con la legalidad enseguida, sino circunstancias gravísimas. El crack financiero de Wall Street fue seguido inmediatamente por un incremento de los aranceles a la importación en los Estados Unidos y una interrupción del intercambio con Gran Bretaña y los países europeos. Los grandes intereses económicos argentinos se encontraron en 1929 al borde del abismo. Debieron primero esperar (¿o propiciar?) el golpe de Estado y después, hasta 1932, para que la intervención vigorosa del gobierno conservador del general Justo crease las Juntas Reguladoras que protegían los productos primarios de exportación -como la carne, los granos, el azúcar, el vino, la yerba mate, etcétera- y pusiese en marcha el Banco Central (en reemplazo de la vieja caja de conversión). El gobierno de Yrigoyen no estaba preparado para el fin de un modelo de intercambio con los países centrales y la consolidación de otro, según podemos apreciar ahora. Yrigoyen ignoró a los Estados Unidos. Durante el mandato extraordinario no designó embajador en Washington. Peor todavía: designó al por entonces ídolo del box argentino, Justo Suárez, como cónsul en Nueva York. Con humor, el canciller Oyhanarte sostuvo a propósito: "Tenemos relaciones perfectas con los Estados Unidos: no respondemos a sus notas", y no ocultó sus simpatías por sus contradictores en América latina. César Sandino, en una carta memorable, se puso bajo su protección. ¿Fue, como sugiere el texto, un hombre más proclive a Gran Bretaña? Tal vez viera en los Estados Unidos, como toda su generación, un competidor más que un aliado. O tal vez, el petróleo. Al comienzo de su mandato, Yrigoyen ratificó al general Mosconi, designado por el Presidente Alvear a la cabeza de YPF, y su política petrolera. Una campaña de denuncias permanentes contra la Standard Oil Co. formaba parte del debate cotidiano en la República. El nuevo modelo que se instalaría definitivamente a partir de entonces, la "Industrialización por Sustitución de Importaciones", requería: redefinir el Estado para convertirlo en el actor histórico de la transformación, fortalecer la autarquía política y económica, profundizar el sentimiento nacional y el mercado interno, y sobre todo relegar la democracia subordinándola a la República. El medio siglo posterior mostró el péndulo entre autoritarismo y democracia, de modo singularmente consistente, con las estrategias de desarrollo económico hasta fines del setenta: desde Perón a Illia pasando por Frondizi hasta el último Perón y Gelbard. A la distancia y examinado a la luz de lo que vendría, este Yrigoyen parece más el último exponente de la generación del ochenta que el primero de la generación siguiente. Por supuesto, es una opinión personal que Gasió no sugiere y no tiene obligación de compartir. Pero que ratifica la importancia del libro que, por la seriedad de su información, permitirá interpretaciones como la mía y otras contradictorias. Los buenos libros son aquellos que abren las discusiones en lugar de cerrarlas.

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