viernes, julio 31, 2015

Kerouac antes de Kerouac

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JACK KEROUAC tenía veintiuno cuando escribió su primera novela en la primavera de 1943, poco después de haber regresado de su primer viaje como marino mercante. Durante el viaje llevó apuntes, delineó algunos personajes y mientras redactaba la novela hizo múltiples referencias a ella en charlas y cartas a amigos. En la novela Bill Everhart, profesor universitario, decide abandonar su puesto para subirse a un barco con rumbo a Groenlandia. Lo hace aguijoneado por Wesley Martin, un marino más joven que él pero cuya experiencia alejada de los libros lo ha convertido en un filósofo vibrante. Estamos a dos años de que finalice la segunda guerra mundial y el barco transportará armas y víveres para los aliados y esa es excusa suficiente para que se discuta, ya que estamos, sobre comunismo, fascismo, progresismo, derechos humanos. El barco pasará a convertirse en el mundo y los marineros en sus habitantes, y el código por el que se rigen -esa hermandad por necesidad- es el mismo que podríamos aplicar a todo nivel si nos decidiésemos a ser más simples.
Kerouac decía que la novela daría cuenta de la presencia de sentido, drama y belleza en la vida, y que sus dos personajes centrales, Bill Everhart y Wesley Martin, representaban dos aspectos de su personalidad. Uno de ellos era intelectual, melancólico y tímido; el otro mundano, expansivo, dado a la acción y a la euforia. Luego de terminarla, Kerouac la guardó en el cajón donde permaneció intocada por casi setenta años.
El autor saltaría a la fama en 1957 con la novela En el camino, escrita toda de continuo en un rollo de papel, en un rapto de inspiración que inauguraría su leyenda y el movimiento beatnik, con su prédica de espontaneidad, de búsqueda de la experiencia y expresión puras. Kerouac fue y sigue siendo objeto de veneración y al mismo tiempo blanco de las críticas más variopintas: que era un desprolijo, que era un romántico descerebrado, que inventó a los hippies. No es raro que fuese acusado también de antiamericano cuando en plena posguerra, en medio de los esfuerzos de su país por establecer su liderazgo mundial en términos militares y económicos, el hombre abogaba por un estilo de vida alejado de la sobriedad y de la política de masas, para peor con cierto tinte orientalista y ritmo de jazz negro. Lo cierto es que Kerouac se inscribe en la tradición norteamericana más ilustre, o al menos en la que mejor ha trascendido las fronteras. Sus antepasados más directos son, por un lado, Emerson, Whitman y Thoreau, que supieron integrar la filosofía oriental a su pensamiento para delinear el ideal del individuo ético, emancipado, y por otro los pilgrims, los pioneros que en su desplazamiento hacia el oeste fueron descubriendo el vasto paisaje norteamericano que siglos más tarde, y debido en parte a la colaboración de Kerouac, ha pasado a ocupar un lugar mítico en el imaginario global.
The Sea Is My Brother (Da Capo Press, Philadelphia, 2011) interesa por su autor. Si uno encontrara el libro en la calle, digamos, sin tapas ni indicación alguna de quién lo escribió, no se trataría de una lectura memorable. El libro, sin embargo, puede ser usado para generar dividendos y como prueba para académicos o fanáticos, a la hora de hablar de la evolución de Kerouac como escritor. El Kerouac de The Sea Is My Brother está todavía inhibido por las reglas de la Literatura, que él mismo estudiaba por aquel entonces en la universidad de Columbia. El estilo tiende, inexpertamente, hacia la zona de influencia de Scott Fitzgerald, y por momentos desborda en preciosismo. Aún así, está lleno de buenas ideas y contiene todas las obsesiones que Kerouac desarrollaría en el resto de su producción: el saber libresco y aparente y siempre a punto de anquilosarse (Bill Everhart) contrastado con el conocimiento directo de la realidad (Wesley Martin), la amistad entre varones, las noches de juerga y charla trascendente, la pasión por encontrar la pata que le falta a la revolución (la espiritual) para que se plasme definitivamente. El libro es también una buena muestra de cierto estado de ánimo que reinaba en aquellos tiempos tan particulares, cuando estaba claro quiénes eran los buenos y quiénes los malos.

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