lunes, octubre 31, 2005

Pasolini, una vitalidad desesperada

El debut de Pier Paolo Pasolini como cineasta fue con "Accattone", en 1961, film que provenía de su propia novela "Una vida violenta". El realizador se había formado en la Universidad de Bolonia, pero en otros campos: artes plásticas, historia y literatura. Otra novela suya, "Ragazzi di vita" ("Chicos de la calle", de 1955), acudiría a la memoria cuando, muchos años después, uno de esos ragazzi, de 17 años, lo precipitó a su trágico final en la madrugada del 2 de noviembre de 1975, cerca de Ostia, la playa popular de Roma. Al cumplirse 30 años de su asesinato, en todo el mundo se evocará la controvertida figura de uno de los grandes artistas del siglo XX. En Buenos Aires, la Cinemateca Argentina (con auspicios del Instituto Italiano de Cultura) lo homenajeará con el ciclo "Las cenizas de Pasolini", que reúne once de sus films (y uno más, de su colaborador Sergio Citti, fallecido hace un par de semanas) y que se iniciará pasado mañana en la Sala Lugones del Teatro San Martín, con "Accatone". Pasolini había nacido en Bolonia el 2 de marzo de 1922, pero su adolescencia transcurrió en la región del Friuli, tierra de sus ancestros. Allí compuso sus primeros poemas y consumó su iniciación sexual (según su primo Nico Naldini, con un chico de nombre Bruno, con quien iba a nadar). También, sus primeros contactos políticos con el Partido Comunista Italiano, que en poco tiempo acabarían mal. Ya instalado en Roma, se acercó a Federico Fellini y colaboró en el guión de "Las noches de Cabiria", para luego debutar como realizador. Con "Accattone" -que pasado mañana se volverá a ver en una copia cedida por Cinemateca Uruguaya- se internó en un campo expresivo del que desconocía las reglas: "Llegué al cine desde la literatura, desprovisto de preparación técnica -reconocería después-. El día de la primera toma el operador me preguntó: «¿Qué lente le ponemos a la cámara?», y yo no sabía qué cosa eran esas lentes". Fue una incursión en el mundo de la marginalidad, a la que siguió "Mamma Roma" (1962, que se verá el jueves, a las 14.30, 17, 19.30 y 22), para la cual contó con el privilegiado concurso de Anna Magnani en el personaje epónimo, en el que resultó uno de los trabajos emblemáticos de la monumental actriz. Una obra múltiple Aparte de su multifacética creatividad como poeta, narrador, plástico y ensayista, su obra cinematográfica consiste en una veintena de films, entre largometrajes y episodios en obras compartidas, como el célebre "La ricota", integrante de "RoGoPaG" (los otros episodios los firmaron Rossellini, Godard y Gregoretti). Su consagración sobrevino con "El evangelio según San Mateo" (1964), donde incorporó a su madre, Sussana, en el papel de María vieja y el escritor argentino Juan Rodolfo Wilcock como Caifás, que obtuvo el premio especial del jurado en el Festival de Venecia. Ya en su madurez expresiva y doctrinaria, “Teorema” (1968) causó en el mundo del cine un impacto semejante a la convulsión que había producido el ángel misterioso de su ficción en la familia burguesa en la que se instalaba. En sus adaptaciones de clásicos literarios asombra la coincidencia de la mirada pasoliniana con el espíritu de esos textos, en los que redescubre una desbordante sensualidad. En el “Decamerón” (1971), sobre Boccaccio, se funden el erudito, el cineasta estetizante, el pintor y el pícaro que desenmascara las vicisitudes del erotismo, así como en “Los cuentos de Canterbury”, donde Pasolini personifica al propio Chaucer. La llamada “Trilogía de la vida” se cerró, en 1974, con “Las mil y una noches”, en cuyo guión intervino Dacia Maraini. La escritora describiría al Pasolini de esa etapa final con una energía inusual, algo así como la mejoría de la muerte, en su desesperada vitalidad: “Creo que fue el film más feliz de cuantos hizo –dice Maraini–. O, al menos, el último que expresó una auténtica alegría de vivir, antes de entregarse a las lúgubres imágenes de muerte y de violencia de «Saló o los 100 días de Sodoma»”. Un capítulo aparte lo constituyen sus obras visionarias y de exploración de culturas no europeas, una intuición premonitoria de los “bárbaros” que, decenios más tarde, serían los indocumentados de Europa. La más fuerte de esas visiones fue “Medea” (1970, con María Callas), en la que concibe a la heroína como una hechicera que altera las reglas de la civilización occidental con sus ritos de otras culturas: hay veinte minutos del film consagrados a sacrificios humanos y ofrendas a la tierra. El sacrificio y la ofrenda resultaron premoniciones del “proyecto” pasoliniano de su propio destino trágico. Según el pintor Giuseppe Zigaina, su amigo y maestro, el cineasta vaticinó su muerte, que debía ocurrir un domingo, el mismo día de los difuntos en que habían matado a su hermano Guido. Y así ocurrió. Un crimen político Hipotéticamente, ese día de 1975 fue asesinado por Pino Pelosi, de 17 años, un amante circunstancial que había accedido a subir al Alfa 2000 de Pasolini. El chico fue condenado y encarcelado por ese crimen, pero en mayo de 2005, treinta años después, Pelosi reveló que no lo había matado él, sino tres desconocidos que hablaban con acento meridional, posibles emisarios de la mafia sureña que lo golpeaban mientras lo incriminaban como “cerdo comunista”. Pelosi intentó huir en el auto de Pasolini y, al parecer, pasó involuntariamente sobre el cuerpo del agonizante artista, y así precipitó su muerte. Se trataría, pues, de un crimen político, algo que en su momento habían conjeturado Alberto Moravia y Laura Betti. Pero los tribunales de Roma no han reabierto el caso. Al evocar su figura reaparece ese Pasolini que se definía como marxista no ortodoxo y, al mismo tiempo, como católico posconciliar, en medio de un inconformismo a ultranza que marcó su trayectoria artístico-política y su propia vida. Los detalles de su muerte han conocido una nueva versión. Quizás en el futuro se develen otras, que no harán sino incentivar el misterio de una existencia inextricable

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