Entrevista con el escritor israelí Meir Shalev
Resulta inevitable ligar la biografía del escritor Meir Shalev con la creación del Estado de Israel. Ambos nacieron en 1948. Perteneciente a una generación posterior a la de A.B. Yehoshúa, Aharón Appelfeld y Amós Oz -aquellos que tuvieron que poner el hombro para la creación del estado- el nombre de Meir Shalev, es uno de los que más resuenan en la producción israelí contemporánea, junto con el de David Grossman. Multifacético exponente de la cultura actual, Meir Shalev se recibió de psicólogo y conoció la popularidad en los medios de comunicación. Dio sus primeros pasos en la radio para luego convertirse en conductor de televisión. Presentaba y entrevistaba a figuras de renombre. Durante esos años mantuvo su vocación en secreto: convertirse en escritor. Proveniente de una familia dedicada a la literatura -su padre fue un reconocido poeta y crítico, su prima Trsuyá es una importante novelista y su hermana es editora-, Shalev publicó su primera obra "Una novela rusa" recién a los cuarenta años. Desde entonces, se sumó a la exclusiva minoría de escritores que pueden vivir de sus libros. Lleva editadas varias novelas, cinco relatos juveniles y colecciones de ensayos. Además, colabora semanalmente en el diario Yediot Achrono en temas de política, cultura, educación y artículos humorísticos. Meir Shalev vive en una zona céntrica residencial de Jerusalén. Dentro de su departamento -moderno, cálido y amplio- uno siente que podría estar en Madrid, París o Buenos Aires. Allí tuvo lugar la entrevista. Acerca de los orígenes de su pasión literaria, cuenta lo siguiente: "Diría que no la heredé de los escritores de mi familia, sino de las historias que me contaba mi madre. Provenía de una familia de granjeros que relataba historias de mitos locales. Creo que esto -junto con la Biblia y la mitología griega- constituyen la fuente de mi literatura. Mis padres me enseñaron a escribir a la temprana edad de tres años y medio. Hice lo mismo con mis hijos. Creo que es una tradición judía. Pero ahora en Israel ya no se la sigue. Los chicos aprenden a leer y escribir a la misma edad que en todos lados". Quizás el aporte más importante a la literatura de su país sea su delicado trabajo con el idioma, una labor artesanal teniendo en cuenta las particularidades de esta lengua milenaria. El personaje principal de su novela "Por amor a Judith" (Salamandra) se llama Zeide -que en yiddish significa abuelo- siguiendo una superstición judía de Europa del Este que dice que los chicos con ese nombre tienen algún tipo de protección contra la muerte. "Me gusta mucho el idioma, la lengua, el juego con los nombres de los personajes, las palabras en sí mismas. Me considero privilegiado por escribir en hebreo". Y explica: "A pesar de su desarrollo, en la actualidad, a un chico de diez años se le puede dar un pasaje de la Biblia y lo comprende en un sesenta o setenta por ciento. Aún se pueden leer los textos bíblicos en su forma original". Shalev expresa sus ideas sobre el presente y el porvenir de su idioma: "El hebreo actual permite distinguir las distintas capas que recorren la historia de la lengua", afirma. "Se puede combinar en una misma oración lunfardo moderno con verso bíblico. Todo se entrelaza con armonía, suena muy natural y cualquiera lo entiende. Pienso que dentro de cincuenta años no va a ser lo mismo", considera. "Nuestro idioma será como cualquier otro, la evolución es muy rápida. Existirán el clásico y el moderno, como sucede con el latín y el griego". El hebreo como lengua oral cayó en desuso durante más de mil años. A principios del siglo veinte, previo a la formación del estado de Israel, se lo volvió a utilizar en aquella zona. "La mayoría de las expresiones de afectos, comportamientos o sentimientos humanos se mantuvieron", dice el autor. "Esas cuestiones no se modifican demasiado, ni emotiva ni lingüísticamente. En cambio, para el mundo material, el hebreo no contaba con las palabras necesarias. Cuando recomenzamos a hablarlo, hubo que buscar nuevos términos para la maquinaria, la electricidad y los instrumentos modernos. Inclusive se crearon palabras como tomate; no había tomates en Medio Oriente en la época del Rey David. O sea que esta palabra nació hace cerca de ochenta años y es una palabra sexy, que viene de florecer, pero en un sentido sexual. Cuando surgió, alguna gente se opuso: les pareció demasiado". Consultado acerca de los nuevos vocablos, Shalev explica lo siguiente: "Algunos derivan fonéticamente de idiomas extranjeros, otros se toman de palabras bíblicas relacionadas con el significado de un término inexistente. Por ejemplo, la palabra auto proviene de algo como máquina. Aquello vinculado con la luz eléctrica, de un término de la Biblia que nadie sabe a ciencia cierta qué quiere decir, pero que guarda relación con la iluminación, aunque quizás en otro sentido. La palabra pistola es algún tipo de piedra preciosa y su raíz significa calor". "Mi interés por la Biblia no tiene que ver con la religión", aclara el autor. "La leí como el libro que relata la historia de mi gente, como la tradición y la literatura que fundaron nuestra cultura". A su novela "Esaú" la prensa norteamericana le encontró resonancias bíblicas. "Escasamente tengo alguna relación con la religión", dice sonriente. "Creo que conozco un poco más acerca de la religión judía que el judío secular promedio, pero no la practico. Aprecio sus aspectos morales, aunque no ciertas costumbres, como la comida kosher o el shabat. Cuando releo los Diez Mandamientos encuentro el núcleo básico de nuestra ley: venerar un solo dios y no traicionarlo, respetar a los padres, no robar, no matar... Lo que me interesa de esto es su valor moral. Creo que el mejor precepto es el que postula no tener malos pensamientos. Nadie puede obedecerlo, es demasiado elevado... Pareciera que sólo existe para que no se pueda cumplir y todos se sientan algo culpable". Shalev menciona algunos de los escritores que más lo han impactado: Melville, Thomas Mann, Gogol, Bulgakov, Jean Rouau (escritor francés contemporáneo), Natalia Ginsburg y Thomas Hardy... En cuanto a sus compatriotas, Yaacov Shabtai y Yehoshúa Kenaz. "Uno de los escritores israelíes que mejor utilizó el lenguaje es Shai Agnon, su conocimiento del hebreo es muy vasto, tanto que a veces es difícil leerlo". Curiosamente, sus libros infantiles son tan populares como sus novelas: "Escribo cuentos para niños. No me veo como un educador ni escribiría libros didácticos, ni siquiera me gustaban de chico. Creo que mis cuentos no apuntan a un mensaje, mis novelas tampoco. Quizás a excepción de uno que trata sobre un viejo tractor que llega a un jardín de infantes y luego se convierte en ómnibus escolar. Creo que la moraleja es que la gente mayor debe tener un lugar en la sociedad. También escribí un relato sobre un chico al que le daban vergüenza las conductas de su padre y al final trata de aceptarlo como es. Por supuesto que hay temas que no se pueden tocar en los libros infantiles. Por ejemplo, no relataría sobre violencia ejercida a niños. A mi hijo, de pequeño, le leía el libro infantil Platero y yo". El autor rememora su propia infancia. "Tuve una conexión muy profunda con el pequeño pueblo donde nací, en el Norte de Galilea. Coincidió el momento en que mamá estaba embarazada de mí con la Independencia de Israel. Jerusalén estaba cercada, entonces nos tuvimos que ir. Pronto nos mudamos a un kibbutz en Guinosar, que comenzó en mil novecientos. Recién volvimos a Jerusalén cuando tenía once años. Nunca perdoné a mis padres por esto. Todavía sigue sin gustarme vivir en esta ciudad. Hace tres años empecé a construirme una casa cerca del pueblito donde nací". Recuerda que Appelfeld jugaba al ajedrez con su padre cuando era chico: "Su vida puede generar muchas novelas más, en cambio la mía no. Diría que llevo una vida común, casi aburrida". "Viajo a menudo por trabajo. Cada uno de los escritores israelíes leídos en otros países tenemos un lugar de reconocimiento en Europa. El mío es Holanda. El de Yehoshúa es Italia, y el de Amós Oz, Inglaterra. Sin embargo, las travesías que más disfruto son aquellas en las que visito lugares como bosques o selvas. Me gusta recorrer sitios salvajes, hacer algún tipo de aventura. Estuve en los bosques de Kenia y Australia, fui a Mongolia. En cuanto a la promoción de mis libros, mis lugares preferidos son Holanda e Italia". Su deleite por la naturaleza aparece en sus novelas. "Describo en gran detalle la flora y la fauna de ciertos lugares de Israel. Incluso recibí un premio bastante curiosos de la Sociedad Botánica de Israel por mi novela "The Blue Mountain". Me galardonaron por la precisión y la agudeza en la descripción de las plantas". Actualmente, el autor se encuentra en pleno trabajo para su nueva novela por lo cual no viaja y rara vez recibe un periodista. Aclara que realiza una profunda investigación antes de comenzar la escritura. "No puedo contar toda la historia de mi nuevo libro. Básicamente se trata del reencuentro de un hombre y una mujer que fueron pareja. El escenario es la casa que él se está refaccionando. La empresa constructora pertenece a la protagonista y su padre, quien orquesta el encuentro por intereses personales. La historia secundaria es la de los padres de esta pareja. En parte está situada en Jerusalén en 1948, pero la mayoría en Tel Aviv y en un pequeño pueblo en algún lado cercano". A pesar de ser militante activo del Frente Pacifista, deja en claro: "Mis libros no son políticos. No me interesa expresar mis ideas sociales a través de mi literatura".
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