Para llegar al santuario que John Irving tiene en su inmensa casa de las montañas en Dorset, Vermont, el visitante debe dejar atrás filas y más filas de estantes repletos de libros del autor traducidos a infinidad de lenguas. En lo alto del vestíbulo hay una oficina acogedora que se extiende hacia el horizonte como la proa de un barco. En el centro está sentado Irving, escritor de 64 años, más conocido por su aclamada novela de 1978 El mundo según Garp y su pasión casi fanática por la lucha libre.
Irving y su segunda mujer viven en esta casa de más de quinientos metros cuadrados desde hace catorce años, "¿Sabe cuándo se está realmente bien aquí arriba?", pregunta en cuanto entro en la habitación que llama oficina mientras gira en la silla para observar el paisaje. "En invierno. Sólo se ven las copas de los árboles cubiertas de nieve".
La entrevista tiene lugar a finales de junio, de manera que la bruma envuelve las colinas. A las nueve, vestido para enfrentarse al calor, Irving luce pantalones cortos y una atlética camiseta. Nada de aire acondicionado. El aire está cargado de testosterona, como si el autor acabara de completar el equivalente literario de cien flexiones con un solo brazo. Sin embargo, Irving tiene ahora órdenes del médico de mantenerse alejado de la sala de pesas, por haberse herniado tras retar a uno de sus tres hijos, Everett, de trece años, a una carrera de cuatrocientos metros. "Digamos que no volveré a hacer nada parecido", comenta y sacude la cabeza de melena leonina. Ya han pasado los días en que era capaz de lanzar a la lona a hombres a los que doblaba en edad. Tampoco hace falta que aplique una llave full nelson a los pesos pesados literarios de Estados Unidos. La magnitud de su éxito como narrador convertiría el forcejeo con Tom Wolfe y John Updike, sus antiguos rivales, en algo impropio, algo así como darle una paliza a viejos conocidos. Por si hiciera falta recordarlo, las paredes que rodean al escritor son una prueba patente: en la batalla campal entre los polifacéticos artistas literarios de Estados Unidos, Irving ha ganado por KO.
Ahí está el Oscar que consiguió en el 2000 por la adaptación que hizo de su novela Las normas de la casa de la sidra, publicada en 1985. Si se mira un poco más allá, hay tres listas de best-séllers enmarcadas, en todas las cuales John Irving ocupa el primer puesto. Irving cree que en 1989 habría conseguido encaramarse al primer puesto por cuarta vez con Una oración por Owen Meany, influida por la guerra de Vietnam, si la fatwa lanzada ese año contra Los versos satánicos de Salman Rushdie no hubiese impulsado las ventas. "Hablé con Salman al poco tiempo de que se ocultara", comenta Irving, no sin cierto orgullo. "Lo felicité, pues él era el primero y yo el segundo en las listas de los más vendidos de todo el mundo. Rushdie se rió y me soltó: ''¿Cambiamos de puesto?''"
Dieciséis años más tarde, Rushdie ha vuelto a la vida pública, mientras que Irving no la ha abandonado nunca. Esta entrevista, realizada con unas condiciones estrictas impuestas por el autor, se debe a que acaba de publicar su undécima novela, Hasta que te encuentre, una epopeya de 1.024 páginas con una historia de fondo tan larga y torturada que casi eclipsa al libro mismo.
Igual que Garp y Meany, la nueva novela habla de la entrada en el mundo adulto de un chico sin padre. Se trata, obviamente, del tema principal de Irving, pues su madre, que pertenecía a una distinguida familia de Nueva Inglaterra, lo tuvo fuera del matrimonio y nunca quiso revelarle la identidad de su padre.
Hasta que te encuentre comienza con una larga estadía en el norte de Europa, donde el personaje principal, Jack Burns (que al comienzo de la historia tiene cuatro años) y su madre buscan al díscolo de su padre, un organista que, poco a poco, se va tatuando las sonatas de Bach por todo el cuerpo.
El padre de Jack resulta ser muy escurridizo, por lo que el chico y su madre regresan y se instalan en Toronto, ciudad que a lo largo de los años ha sido el segundo hogar de Irving. A Jack lo matriculan en una escuela de niñas (un toque típico de Irving) y su madre abre una tienda de tatuajes. La niñez, adolescencia y primera juventud de Jack son muy extrañas y están repletas de escapadas sexuales. Y de ahí salta a Los Angeles, donde el protagonista es un actor de éxito y un sex symbol internacional que lo tiene todo menos lo único que realmente desea: un padre. Comienza así su verdadera búsqueda.
Dolor y placer
Pese a que la novela retoma temas que Irving ha tratado en sus anteriores obras, el dolor que produce crecer sin padre, la tristeza y la hilaridad del sexo, según él, aquí llegan más a la médula y, por primera vez, el autor está dispuesto a hurgar personalmente en ellos. "Lo más destacado de mi niñez es que ningún adulto de mi familia quiso decirme quién era mi padre", confiesa y, de repente, su rostro adquiere una expresión frágil.
"Al nacer me pusieron de nombre John Wallace Blunt hijo, y me lo cambiaron en 1948, cuando mi madre se volvió a casar con Colin Irving, mi padrastro. Tenía entonces seis años. Yo quería a ese hombre, quería a mi padrastro. A mi primer hijo le puse Colin en honor a él. Su aparición mejoró mi vida de tal manera que me pareció que, si buscaba a mi verdadero padre, sería como traicionarlo. Y así lo sentí hasta bien entrados los treinta".
En lugar de obsesionarse con este aspecto de su vida, Irving lo exorcizó con la escritura. Tras concluir sus estudios en la Academia Exeter, una escuela secundaria privada donde enseñaban su madre y su padrastro, Irving pasó por la universidad de Pittsburgh, donde su deseo de escribir se impuso a su amor por la lucha libre. Llevaba un año en la universidad cuando viajó a Viena en un intercambio, y allí se casó con la pintora Shyla Leary. Irving y Leary tuvieron dos hijos, Colin y Brendan, pero el matrimonio se separó en 1981, tras una dolorosa ruptura. Seis años más tarde, Irving se casó con la agente literaria canadiense Janet Turnbull. Everett, el hijo de ambos, tiene trece años.
El escritor comparte con Jack Burns, el protagonista de su nueva novela, otras características que no se superan sólo con esfuerzo. Por ejemplo, a los diez años Jack pierde la virginidad con una mujer madura. Irving tuvo una experiencia parecida, y sólo tras escribir esta novela consiguió darse cuenta de lo extraña que había sido y hasta qué punto lo había obsesionado. "Era una mujer joven, de veintitantos años; yo tenía once —dice—, pero se trataba de una conocida de la familia y en la que confiaban todos los adultos que me rodeaban".
Irving no se decide a calificarlo de abuso, pero reconoce que era demasiado joven para los gozos al estilo señora Robinson. "A esa edad ni siquiera fui consciente de que habíamos tenido relaciones sexuales, no lo comprendí hasta que cumplí algunos años más y tuve otra relación por iniciativa propia, y entonces, pensé, ''caray, ésta no es la primera vez''". Pese a que en algunas novelas anteriores de Irving se describen con pícara complacencia las relaciones sexuales entre una mujer mayor y un hombre más joven, como es el caso de El hotel New Hampshire, en ésta no todo es diversión, aquí este tipo de relaciones aparecen como algo extraño y profundamente triste, y constituyen el tema principal de la novela —no el de la inocencia perdida, sino el de la inocencia robada— que surge a manera de recriminación del narrador omnisciente en esta escena, en la que la madre de un amigo se insinúa a Jack: "De esta manera, en crescendos apreciables y no apreciables a la vez, nos roban la niñez, no siempre en una sola circunstancia memorable, sino con frecuencia en una serie de pequeños robos que, sumados, contribuyen a la misma pérdida".
Según Irving, el tiempo le ha permitido huir del complejo de la mujer madura nacido de su temprana iniciación al sexo, pero fue preciso que ocurriesen unos cuantos accidentes que lo obligaron a asumir la fijación con su padre. El primero ocurrió en 1981, el año en que publicó El hotel New Hampshire.
"Cuando cumplí los treinta y nueve y me estaba divorciando de mi primera mujer, mi madre me dejó un paquete de cartas en la mesa del comedor de casa —cuenta—. Eran las cartas que mi padre le había escrito en 1943 desde una base aérea en India y desde hospitales de China". De ese modo Irving se enteró de que su padre fue piloto en la Segunda Guerra Mundial y que lo habían derribado y hecho prisionero de guerra en Birmania y China. Por la imagen reflejada en las cartas no se desprendía que fuese un aprovechado, sino un hombre que había sido padre demasiado joven.
Una gran sorpresa
La segunda revelación llegó en forma de una sorpresa aún mayor. En 2001, después de aparecer en un documental de televisión, Irving recibió una llamada de un tal Christopher Blunt que había visto el programa. "Me dijo ''Creo que soy tu hermano''", recuerda Irving.
Tras conversar unas cuantas horas, los dos hombres descubrieron que eran medio hermanos; Irving se enteró por Blunt de que su padre había muerto cinco años antes. Fue un duro golpe tras haberse pasado tantos años añorando a su padre. Blunt le contó que su padre había sido director de una prestigiosa empresa de inversiones, se había casado tres veces y padecía de trastorno bipolar. "Pensé mucho en lo que había heredado de él", dice Irving. Había comenzado a escribir Hasta que te encuentre partiendo de ese punto y, por una de esas extrañas casualidades, al padre de Jack Burns le había inventado una enfermedad mental similar a la que, según le constaba ahora, había afectado a su padre.
El mundo se le vino abajo y cayó en una grave depresión. Le recetaron antidepresivos, pero dejó de tomarlos en cuanto se dio cuenta de que bajo su influencia le costaba escribir.
Irving terminó la novela en 2004. Aunque no acabó allí la saga. Como había escrito el libro en primera persona, a último momento se lo retiró a su editor y lo reescribió de cabo a rabo en tercera persona. Eso le llevó otros nueve meses, pero Irving es categórico cuando dice que no lo hizo sólo para poner cierta distancia entre Jack Burns y él, sino para tener un mayor control de la historia. "Es la misma razón por la que no escribí unas memorias —dice, casi elevando el tono de voz—. Sólo he escrito unas memorias (La novia imaginaria, 1997, sobre los escritores y luchadores que influyeron en él) y se trata de un libro muy pequeño. Se tiene un mayor control de la historia cuando se narra en tercera persona".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario