Hace unos años, el conservador Harold Bloom planteaba que la crítica musical, orientada al rock, sólo podía ser monosilábica e interjectiva. Y se explicaba: hay muy poco que decir sobre esa música, que es una subespecie bastante simple, si se la compara con las complejidades de la música clásica o del jazz. Luego, la descripción de un concierto de rock tiene muchos puntos de contacto con la descripción de una ceremonia religiosa: se cree o no, y para que el texto resultante tenga sentido quienes escriben y quienes leen deben ser forzosamente miembros de la misma secta.Más rotundo y con mayor conocimiento de causa, unos años antes, Frank Zappa —a quien nadie podrá imputarle fácilmente rasgos conservadores— dijo que los críticos del rock son "gente que no sabe escribir y que hace entrevistas a personas que no saben hablar para gente que no sabe leer". Ahora bien, a pesar de sus énfasis respectivos, ni Bloom ni Zappa señalan algo que quizás sea fundamental: el paso del tiempo. Me explico: las deficiencias que uno y otro les achacan a los críticos de rock tal vez se relacionen con que, dado que es un tipo de música identificada con la juventud, los que ejercen su crítica también se ven obligados a profesar ese credo. Acaso por eso, tienen que exagerar su entusiasmo, escondiendo su indigencia detrás de mitos más bien ramplones —equiparables a los que sostienen a la farándula— lo que de otra forma resultaría anodino. Dicho de otro modo, los críticos de rock no hablan de música, sino de una serie de datos que permiten adivinar la pertenencia a un determinado grupo social que procede según determinados códigos. Se podrá decir, y con razón, que eso mismo ocurre con todas las músicas. Sin embargo el mero paso del tiempo enfrenta a los críticos de rock con un problema hasta ahora no resuelto, pero que resulta ineludible: los que inventaron ese género o se murieron o tienen más de sesenta años. Y ése, justamente, es uno de los principales temas que, desde su credo dogmático o su lugar de supuesta pertenencia, los críticos de rock no resuelven: qué pasa cuando esa música, por décadas automáticamente asimilada a la juventud, es practicada por gerontes. La respuesta no es sencilla. Por ejemplo, ¿qué juzga un crítico de rock ante cada nuevo disco de los Rolling Stones? ¿Que es milagroso que Keith Richards siga vivo? ¿Que Ronnie Woods ya no sea alcohólico? ¿Qué Charlie Watts se haya recuperado del cáncer? ¿Son esos argumentos o méritos musicales? Si para avalar la hipótesis de la decrepitud uno se quedara con sus discos recientes —repetitivos y muy lejos de la calidad que alguna vez tuvieron—, bien podría suponerse que lo de los Rolling Stones es apenas un negocio y nada más, y nuevamente, tampoco estaríamos hablando de música. Distinto es el caso de otros contemporáneos de esa gente que, con algo más de dignidad, siguen arriba de los escenarios. Paul McCartney, por ejemplo, a los 63 años —acaba de cumplir los 64 de la canción— editó Chaos and Creation in the Backyard (2005), acaso uno de los mejores álbumes de toda su carrera. O Neil Young, de 61 años, con el bucólico Prairie Wind (2005) y con el político Living with War (2006), demostró estar en muy buena forma. David Gilmour, de 60 años, editó On an Island (2006), que resultó mucho más interesante que todos los últimos discos de Pink Floyd, su grupo. Por su parte, el líder de los Kinks, Ray Davies, de 62 años, también editó Other People''s Lives (2006), un magnífico ejemplo de cómo las canciones pueden parecerse a la literatura. ¿Qué decir entonces de Bob Dylan, quien, con 65 años, el 29 de agosto editará en todo el mundo —la Argentina incluida— Modern Times?Un género en sí mismoA pesar de los miles de discos piratas existentes, Modern Times es el álbum oficial número 45 de Bob Dylan. Folk, rock, blues, country, música de vaudeville, etcétera: a lo largo de su dilatada carrera hizo prácticamente de todo y de muchas maneras, pero siempre de un modo reconociblemente propio, que hace de él un género en sí mismo. Como Love and Theft (2001), su grabación de estudio inmediatamente anterior, el nuevo disco —al que Ñ pudo acceder de manera exclusiva por cortesía de Sony BMG—, vuelve a abrevar en el country, pero, a diferencia del estilo de sus álbumes Nashville Skyline (1969), New Morning (1970) o Selfportrait (1970) —todos vinculados al sonido country contemporáneo, definido por los estudios de grabación de la ciudad de Nashville—, remite a una instancia anterior y, particularmente, a la labor de Hank Williams (1923-1953), quien durante su breve carrera le dio un sesgo definitivo al country, vinculándolo, vía el blues, con formas incipientes del rock and roll. Dylan, de hecho, incluyó en numerosas oportunidades temas de Williams en sus shows. Entre otros, You Win Again, I''m So Lonesome I Could Cry, Lost Highway y (I Heard That) Lonesome Whistle. En cierto sentido, podría decirse que Modern Times —que fue grabado con la participación de los guitarristas Stu Kimball y Denny Freeman, del bajista Tony Garnier, del baterista George G Receli, y del multiintrumentista Donnie Herron— es un paso más en la búsqueda de un clasicismo profundamente estadounidense, construido sobre el recuerdo y la reinvención de lo que Dylan escuchaba en la radio durante su adolescencia, en el pueblo fronterizo de Hibbing, en el norte de Minnesota. Tal vez ese mismo gusto por la radio hizo que en el pasado, en su disco Dylan (1973) se dedicara a versionar a sus contemporáneos inmediatos —incluidos Paul Simon y Joni Mitchell— o en Good as I''ve Been to You (1992) y World Gone Wrong (1993) —dos magníficos discos solistas, enteramente acústicos— se ocupara nuevamente de temas ajenos, esta vez ligados al repertorio de la música tradicional de los Estados Unidos, de Inglaterra e Irlanda. Más recientemente la radio volvió a estar muy presente en la vida de Dylan. Sin ir más lejos, semanalmente conduce un original programa de una hora en una radio satelital (XM Radio), al que se accede por suscripción —sólo en los EE.UU. hay varios millones de suscriptores—, y en el cual se limita a elegir y comentar los temas que le gustan, fiel al espíritu de los viejos disc-jockeys radiofónicos. El eclecticismo de sus gustos bien puede medirse con la mención de algunos de los artistas elegidos hasta ahora: entre muchos otros, Van Morrison, Judy Garland, Johnny Cash, Jimi Hendrix, Frank Sinatra, Johnny Hodges, Chuck Berry, Dean Martín, Tom Waits, Horace Silver, Electric Flag, The Ink Pots y Stevie Wonder. La literatura y el NobelOtro dato interesante sobre la consideración que Dylan recibe fuera del limitado universo del rock se relaciona con el progresivo interés que las letras de sus canciones despiertan en el ámbito universitario internacional. Entre el 10 y el 12 de marzo de 2005, en la Universidad de Caen (Normandía, Francia) tuvo lugar un congreso en el que participaron profesores de literatura de los EE.UU., Gran Bretaña, Canadá y Francia. Según el Dr. Christopher Rollason, uno de los participantes, "los puntos de vista desde los que se examinó la obra de Dylan abarcaron perspectivas literarias, etnológicas, lingüísticas y musicólogicas. Fue el registro literario el que dominó en la primera intervención, la de Gordon Ball, catedrático de estudios ingleses en el Virginia Military Institute, sobre ''Dylan y el Nobel''. El profesor Ball, seguramente la persona mejor indicada para hablar sobre ese tema —pues es él quien va proponiendo a Bob Dylan para el Nobel de Literatura, cada año desde 1996— esbozó un elocuente panorama de las calidades literarias de la obra de Dylan. Así, hizo hincapié en las raíces orales de su poesía y en cómo, en las palabras del profesor Daniel Karlin de University College, Londres, Dylan ''le ha dado más frases memorables a la lengua inglesa que cualquier figura análoga desde Kipling''. Si entre los criterios para recibir el Nobel se incluyen el que el galardonado debe haber producido trabajos de ''tendencia idealista'' y haberle así conferido un beneficio mayor a la humanidad, el profesor Ball opina que la obra de Dylan corresponde plenamente a dichos criterios. En ese marco, precisó que la obra de un Nobel del pasado, Rabindranath Tagore, incluye, entre otras cosas, un gran número de canciones. El enfoque literario fue reiterado en la intervención de Christopher Lebold, de la Universidad Marc Bloch (Estrasburgo), quien ofreció un resumen de su reciente tesis doctoral, que incide en la poética de Dylan y su compañero de la canción Leonard Cohen, con la intención de demostrar cómo la obra de los dos admite una lectura literaria de las letras de canciones. Por su parte, Richard Thomas, catedrático de latín y griego en la Universidad de Harvard, propuso una serie de enlaces y analogías entre Dylan y la tradición literaria greco-romana, desde el arte oral de la poesía homérica o de los rapsodas romanos hasta la cita directa de Virgilio que Dylan nos ofrece en Love and Theft. El profesor Thomas vaticinó que dentro de dos siglos Dylan será considerado un clásico, plenamente integrado en el canon literario". Por su parte, el Dr. Christopher Rollason, traductor, editor y crítico literario residente en Francia, presentó un análisis de las relaciones entre la obra de Dylan y el mundo hispano, considerando la recepción de esa obra en España e Hispanoamérica, así como su traducción al castellano.Como fue dicho más arriba, la cuestión de Dylan y el Nobel de Literatura no es nueva. Sólo que, a partir de 2004, las campañas a su favor se han intensificado. También la publicación de libros que reúnen las letras de sus canciones (como Lyrics: 1962-2001), el curioso primer tomo de su autobiografía (Chronicles I, publicado en 2004, y durante 19 semanas primero en la lista de best-séllers del periódico The New York Times), de estudios a propósito de él (como la monumental enciclopedia Keys to the Rain, de Oliver Trager, o Dylan''s Visions of Sin, de Chrisotopher Ricks, profesor de poesía en la Universidad de Oxford), o Studio A, un compendio de artículos que, entre otros, firman Allen Ginsberg, Joyce Carol Oates, Rick Moody y Barry Hannah).Un Dylan para todosPero así como comencé este artículo, arrebatándole la exclusividad de Dylan a los críticos de rock, es necesario aclarar que tampoco es patrimonio exclusivo de los escritores y los profesores universitarios. Es más, uno bien podría pensar que existe un Bob Dylan a la medida de cada cual. Marlon Brando lo admiraba. Y para Jack Nicholson es una de las figuras más importantes de los Estados Unidos. Jack Lang, el ex ministro de cultura francés durante la presidencia de Franois Mitterrand, lo condecoró como Commandeur Des Arts Et des Lettres en 1990. Se suman a ésa y a otras distinciones, los doctorados honoris causa de las universidades de Princeton y St. Andrews (de Escocia), el Golden Globe y el Oscar de la Academia de Hollywood, recibidos en 2001, por la música de la película Wonder Boys. En 2004, la revista Newsweek lo consideró como "la persona viva más influyente en el mundo entero". Ajeno a esa exageración, el director de cine Martín Scorsese dio su propia versión de Dylan en la biografía televisiva en dos partes, proyectada en todo el mundo en 2005. Cuando concluyó el documental No Direction Home, dijo: "No he pretendido hacer algo donde se develen todos los secretos de Dylan, ni mucho menos, sino rendir un homenaje a uno de los poetas más brillantes del siglo, un hombre que hace que nos miremos a nosotros mismos, que nos emociona y nos hace sentir cosas que no sabríamos transmitir de otra manera". Por su parte, Twyla Tharp también dirá lo suyo, ya que se apresta a estrenar The times they are a-changin, un espectáculo coreográfico, inspirado en sus canciones y personajes. Sin embargo, es de imaginar que, a los 65 años, nada de esto tiene demasiada importancia para Bob Dylan, quien, seguramente, debe estar presentándose en uno de los casi 100 conciertos que da anualmente en todo el mundo. Porque como él mismo dijera: "Yo sólo soy Bob Dylan cuando tengo que ser Bob Dylan. La mayor parte del tiempo quiero ser yo mismo. Bob Dylan nunca piensa sobre Bob Dylan. Yo no pienso en mí mismo como Bob Dylan. Es como dijo Rimbaud: "Yo soy el otro".
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