sábado, agosto 19, 2006

Mientras Francia ardía

La que sería la primera obra de ficción sobre la Segunda Guerra Mundial demoró 62 años en ser publicada. Escrita por Irene Némirovsky mientras los alemanes ocupaban Francia, la primera edición de "Suite Francesa" salió en ese país en 2004. En poco tiempo la novela se transformó en un éxito mundial que ahora llega traducida al español. Su autora —que murió en Auschwitz— logró narrar de manera bella pero implacable lo mejor y lo peor de esos tiempos. Este libro asombroso contiene dos narraciones, una de ficción y otra, un relato fragmentario, con datos concretos sobre cómo nació la ficción. Suite Francesa, por su parte, consiste en dos novelas breves que describen la vida en Francia desde el 4 de junio de 1940, cuando las fuerzas alemanas se aprestan a invadir París, hasta el 1ø de julio de 1941, cuando parte de las tropas de ocupación de Hitler abandonan Francia para sumarse al ataque contra la Unión Soviética. Al final del volumen, una serie de apéndices y de ensayos biográficos aportan, entre otras cosas, información sobre la autora de las novelas. Nacida en Ucrania, Irene Némirovsky vivía en Francia desde 1919 y era reconocida en la comunidad literaria de su país de adopción. Había publicado nueve novelas y una biografía de Chejov. Escribió Suite Francesa en la localidad de Issy-l''Ev¬que, donde se había instalado, junto a su marido y dos hijas pequeñas, al huir de París. El 13 de julio de 1942, policías franceses, cumpliendo con las leyes raciales alemanas, arrestaron a Némirovsky por ser "una apátrida de ascendencia judía". Fue llevada a Auschwitz, donde murió en la enfermería el 17 de agosto.La fecha de la muerte de Némirovsky provoca estupor. Significa, sólo puede significar, que escribió la ficción exquisitamente elaborada y equilibrada de Suite Francesa casi contemporáneamente con los hechos que la inspiraron, y todos sabemos que eso es algo imposible de realizar. En su aguda historia cultural, La Gran Guerra y la Memoria Moderna, Paul Fussell describe la invariable progresión —de la reacción apresurada a la reflexión serena— de los escritos sobre catástrofes: "Las significaciones pertenecientes a la ficción sólo pueden alcanzarse cuando el ''diario'' o los anales pasan al modo de autobiografía, puesto que solamente la visión ex post facto de una acción genera coherencia o posibilita la ironía".Ahora podemos constatar que Némirovsky alcanzó esa coherencia y esa ironía con una visión ex post facto de apenas unos meses, como mucho. En defensa de Fussell podría decirse que no había oído hablar de la Suite Francesa, como ninguna otra persona en ese momento, ni siquiera la hija mayor de Némirovsky, Denise, que salvó el cuaderno de tapas en cuero que su madre había dejado, pero que se negaba a leer simplemente por miedo a revivir viejas penas. (Su padre, Michel Epstein, fue trasladado a Auschwitz varios meses después que su madre y enviado directamente a la cámara de gas.) No fue sino a fines de la década de 1990 cuando Denise analizó lo que había escrito su madre y descubrió, no un diario o una agenda, sino dos novelas breves completas escritas con letra microscópica, obviamente para ahorrar papel, que era escaso. Denise dejó de lado su proyecto de entregar el cuaderno a una institución francesa encargada de preservar documentos personales de los años de la guerra y en cambio se lo envió a un editor. Suite Francesa salió en Francia en 2004 y fue un suceso. Desde un punto de vista puramente estético, su historia de fondo es irrelevante para la tarea específica de la crítica. Sin embargo, los lectores en su mayoría no ven los libros desde alturas tan olímpicas como tampoco lo hacen ciertamente la mayoría de los críticos. Si lo hicieran, las listas de las editoriales no estarían tan repletas de crónicas de hechos desordenados de los que en ocasiones surge el arte perdurable. En realidad, Suite Francesa puede resistir el más riguroso y objetivo de los análisis, en tanto que conocer su historia aumenta el asombro y la admiración de leerla. Si eso es un crimen, declarémonos culpables y sigamos adelante.Una atmósfera de miedoTormenta en junio, la primera novela de Suite Francesa, comienza cuando la artillería alemana avanza sobre los alrededores de París y los habitantes con dificultades para dormir en ese clima excepcionalmente caluroso oyen el sonido de una sirena de ataque aéreo: "Para ellos comenzó como una larga exhalación, como aire lanzado en un suspiro profundo. Su gemido no tardó mucho en llenar el cielo". (Thomas Pynchon tampoco había oído hablar de Suite Francesa cuando escribió El arco iris de gravedad, pero se puede comparar con su frase inicial, ambientada en Londres, años más tarde, en la misma guerra: "Un grito llega a través del cielo".) Se reanuda el bombardeo: "Dispararon un proyectil, esta vez tan cerca de París que los pájaros posados en la punta de los monumentos emprendieron vuelo. Grandes pájaros negros, rara vez vistos en otros momentos, con sus alas desplegadas teñidas de color rosa". Con extrema economía narrativa, imágenes fuertes y fragmentadas se aglutinan en una atmósfera de miedo. Los parisinos se despiertan conscientes de que nada, especialmente el garboso Ejército Francés sobre el que tanto han leído y oído hablar, se interpone entre ellos y los alemanes, y deciden, unánimemente, irse a toda prisa. Para describir el caos generalizado que sobreviene luego —los ferrocarriles cortados por vías bombardeadas o atestadas, escasez de nafta y alimentos— Némirovsky se concentra en unos pocos individuos atrapados en el pánico colectivo.Dejando atrás a su marido, funcionario de museo designado por el gobierno, Charlotte Péricand moviliza a cuatro de sus cinco hijos (su hijo mayor, Philippe, es sacerdote católico), su suegro senil y una comitiva de sirvientes en una expedición de huida, cargada con todas las posesiones que puede rescatar de su hogar de la alta burguesía. Gabriel Corte, un escritor rico, exitoso y egoísta, ve la pérdida de París como un insulto a sus refinadas sensibilidades. En el camino, detenido en medio del atascamiento del tránsito, se queja a su amante, "¡Si hechos tan dolorosos como la derrota y el exilio masivo no pueden ser dignificados con alguna suerte de nobleza, alguna grandeza, entonces directamente no deberían suceder!" Como siempre, Némirovsky no hace ningún comentario sobre este arrebato de locura; deja a sus personajes la libertad de mostrarse solos, para bien y para mal.Tanto Maurice como Jeanne Michaud, una pareja de mediana edad, trabajan en un banco que está trasladando sus operaciones a Tours. Con las valijas en la mano, los Michaud se enteran a través de su empleador, a último momento, de que el espacio que les prometió en su auto, que sirve para transportar los registros del banco, fue ocupado por su amante y el perro de ésta. "Los dos tienen que estar en Tours pasado mañana a más tardar —les dice—. Debo tener a todo mi personal". Los Michaud se ríen al ver desaparecer su auto; esperan muy poco de la vida y rara vez se sienten decepcionados. Al encontrar las estaciones de París cerradas, los Michaud emprenden viaje a pie: "Pese al agotamiento, al hambre, al miedo, Maurice Michaud en realidad no se sentía infeliz. Tenía una manera de pensar muy singular: no se consideraba a sí mismo tan importante; a sus ojos, no era la criatura rara e irremplazable que la mayoría de las personas creen ser cuando piensan en sí mismas". Los Michaud son guías morales en medio del egoísmo desbordante que los rodea. Su única preocupación es su hijo, Jean-Marie, un soldado cuya unidad está en el camino del Ejército alemán que avanza. Unos capítulos más adelante, es un alivio para los lectores saber lo que los Michaud ignoran: Jean-Marie, herido en un bombardeo, se recupera en una granja cerca de VendÉme.Tormenta en junio es un tour de force de destilación narrativa: utiliza a un grupo de personas para representar a una multitud. Los cambios de tono y de ritmo de Némirovsky, volcados sensiblemente en la traducción, son deslumbrantes. Hay momentos alegres —todo un capítulo es visto desde la perspectiva del gato de los Péricand— seguidos por erupciones de terror, como cuando los aviones alemanes bombardean a una masa de evacuados: "Cuando el fuego acabó, profundos surcos quedaron en la multitud, como el trigo después de una tormenta cuando los tallos caídos forman zanjas abigarradas y profundas". Y todo concluye como los hechos lo ordenaron. La noticia del armisticio —o sea, la capitulación francesa— es recibida por un mendigo molesto como un ruego escuchado. Los sobrevivientes regresan caminando dispersos a París, donde los aguardan el ocupante enemigo y un invierno duro.La hora de la concienciaDolce, la segunda novela, no exhibe ninguna de las conmociones de la anterior. Es bucólica, serena. Los franceses perdieron la guerra hacia fuera, y la batalla se trasladó a la arena interna de sus conciencias y sus almas. Los alemanes, que parecían tan fantasmales como invasores extraterrestres del espacio en Tormenta en junio, ahora aparecen en persona. Una guarnición de efectivos de la Wehrmacht está acantonada en el pueblo de Bussy. Los hombres del lugar en edad de combatir se han ido todos, o han muerto o son prisioneros de guerra; solamente quedan los ancianos, las mujeres y los niños, y saludan a los conquistadores con una aprensión taciturna. Inducidos por años de propaganda a temer a esos hunos rapaces y bestiales, los lugareños no están preparados para estos soldados reales, algunos de ellos apenas más que niños. La gente de Bussy, que ansía un retorno a la normalidad y a los ritmos familiares de sus vidas, se adapta de mala gana a la nueva realidad.Lucile Angellier vive con su suegra viuda en la casa más elegante de Bussy. No lamenta la ausencia de Gaston, su marido mandón y mujeriego que está en un campo de prisioneros alemán, aunque oculta sus sentimientos a la madre de éste, que lo ve como un santo. Bruno von Falk, un oficial alemán, fue asignado a vivir en la casa. Lucile intenta tratar al intruso con el mismo desdén gélido que manifiesta su suegra, pero, a su pesar, se encariña con él. Es apuesto, toca muy bien el piano —le dice que tenía la esperanza de ser músico antes de que surgieran sus obligaciones militares— y leyó a Balzac. Noche tras noche, Lucile va volviéndose más sensible a la presencia de Bruno en el cuarto de al lado, a los sonidos de sus pasos y a los posteriores silencios que marcan su sueño.Némirovsky establece hábilmente los términos de este melodrama y su inevitable interrogante —¿adónde llegará la atracción entre Lucile y Bruno?— y luego agrega una nota disonante de realidad. Un agricultor local mató a un oficial alemán, y la esposa del fugitivo, que resulta ser una de las mujeres que ayudó a sanar a Jean-Marie Michaud en Tormenta en junio, le pide a Lucile que oculte a su marido en la espaciosa casa Angellier, supuestamente por encima de toda sospecha debido a su pensionista alemán. Los términos del inevitable interrogante cambian significativamente. ¿Lucile elegirá el amor o el honor?Dolce se adelanta casi 30 años a las explosivas confesiones de la colaboración durante la guerra que aparecen en el documental de Marcel Ophuls El dolor y la piedad, documental que la televisión francesa se negó a difundir en 1970, pese a haber financiado en parte el proyecto. Némirovsky registró lo mejor y lo peor de esos tiempos mientras los vivía. Su novela termina cuando las fuerzas de ocupación abandonan Bussy para emprender su misión hacia Moscú: "Muy pronto la ruta quedó vacía. Lo único que dejó atrás el regimiento alemán fue una pequeña nube de polvo".No obstante, Némirovsky tenía más planes para Suite Francesa, como lo indica claramente un apéndice a este volumen. En su cuaderno delineó la posibilidad de una obra en cinco partes: Tormenta en junio y Dolce debían ser seguidas por: "3. Cautiverio; 4. ¿Batallas?; 5. ¿Paz?" Los signos de interrogación marcan el problema peculiar de Némirovsky: trataba de escribir una novela histórica cuando todavía el desenlace de esa historia era desconocido. Las partes cuarta y quinta del libro "están en el limbo", observó, "¡y qué limbo! Realmente está en manos de los dioses pues depende de lo que pase".Ahora sabemos qué pasó. Némirovsky perdió su vida en lo que ella anticipó como "Cautiverio". La improbable supervivencia de sus dos novelas breves es motivo de celebración y también de pesar ante otra muestra de los horrores del Holocausto. Escribió lo que sería la primera obra de ficción acerca de lo que ahora llamamos Segunda Guerra Mundial. También escribió, para que todos por fin podamos leerla, ficción de la más grandiosa, humana e incisiva que ha producido un conflicto.

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