"Soñaba con convertirme en un científico. Pero, lo confieso, en el primer año de la Universidad de Chicago, entre 1949 y 1950, por culpa de números y figuras geométricas mis esperanzas se desvanecieron. No fue fácil resignarse, sobre todo después de haber tenido el privilegio de escuchar las lecciones de física del gran Enrico Fermi." George Steiner nos recibe en el estudio octogonal desde el que se ve el espléndido jardín florecido de su casa de Cambridge. En ese "refugio", a los setenta y siete años, uno de los críticos literarios más importantes del siglo XX no oculta su primer gran desilusión. Y, a pesar de que los estudios humanísticos le han hecho conquistar premios y cátedras de prestigio internacional, todavía siente nostalgia por ese mundo hecho de números y de grandes preguntas sobre el misterio de la vida y del universo. "Había estudiado química, física y un poco de biología con la idea de poder continuar por ese camino. Pero el examen de matemática no salió bien. Era un momento histórico particular. La ciencia, después de la invención de la bomba atómica, estaba cada vez más identificada con la física nuclear. Y me hicieron entender que sin la matemática, sin sus aspectos creativos y originales, no valía la pena continuar... Probablemente unos años más tarde me habrían dicho: pruebe con la biología. No por nada en los Estados Unidos, en ese preciso momento, había una frase sádica escrita sobre las puertas de los laboratorios: o haces física nuclear o haces disparates." Pero ese primer año de estudios científicos no fue del todo inútil. Inmediatamente después de la universidad, George Steiner fue recibido por el Institute for Advanced Study de Princeton, uno de los centros de investigación más prestigiosos de los Estados Unidos: "Aquí, por más de dos años, frecuenté a un científico excepcional, Robert Oppenheimer, director del instituto. Era un estudioso de inmenso genio: se decía que, desde los tiempos de Leibniz, sólo él, por su extraordinario conocimiento, estaba en condiciones de identificar los problemas de fondo en cada rama del saber. Lo recuerdo rodeado de muchos científicos que habían recibido el premio Nobel. Sin embargo, a pesar de sus óptimos trabajos de astrofísica, no recibió nunca la fatídica llamada telefónica de Estocolmo. Creo que esta "espera" era un verdadero drama para un hombre tan ambicioso como él". Precisamente en esos años, en esa prestigiosa comunidad, los efectos devastadores de la bomba atómica ocupaban el centro del debate. "Recuerdo que ya algunos estudiosos de gran predicamento habían dicho no al uso militar de la energía nuclear, como Einstein. Pero, para la mayoría de los investigadores, la bomba atómica era considerada un arma disuasiva que impediría el estallido de otras guerras. Y se hablaba también de las revoluciones positivas que esa energía produciría en la vida cotidiana. Al mismo tiempo, sin embargo, comenzaban a circular los primeros artículos en los que se sospechaba que existía una relación entre la muerte por cáncer de algunos jóvenes investigadores y la energía nuclear. Poco después, yo mismo escribí un ensayo, que nunca fue publicado, enteramente dedicado al pacto faústico entre descubrimiento nuclear y cáncer." El amor por la ciencia, como los primeros grandes amores, dura toda la vida. De hecho, Steiner nunca dejó de devorar libros científicos. "Desde 1964, tuve la suerte de vivir en Cambridge, entre verdaderas luminarias de la ciencia y premios Nobel. Paso mucho tiempo con ellos y escucho con interés los comentarios sobre sus investigaciones. Ahora nos encontramos ante tres grandes puertas que deberían abrirse pronto: la del origen del universo y del tiempo (los agujeros negros, la explicación del Big Bang, la cosmología), la de la creación in vitro (las moléculas replicativas) y la más inquietante, la de la estructura química del yo (de qué modo una aspirina, o cualquier otro fármaco, puede cambiar químicamente la personalidad humana)." Temas que, para Steiner, hasta la misma literatura ha anticipado, a su modo, en obras enteramente consagradas al entrelazamiento de ciencia y moral, aparatos tecnológicos y vida civil. "Basta leer Un mundo feliz de Aldous Huxley, una gran novela publicada en 1932, para entender qué tipo de implicaciones pueden tener los descubrimientos científicos en la existencia cotidiana de los seres humanos. Tendremos desventajas. Pero también beneficios enormes. Intentemos imaginar nuestro futuro cuando se llegue a identificar el gen que provoca el Alzheimer." Steiner piensa que sobre todo los humanistas deberán abrazar el saber científico. "Nosotros estudiamos el pasado, nos ocupamos del ocaso. Los científicos nos hablan en cambio del mañana y de después de mañana. Hay un gran desequilibro. Y nos toca sobre todo a nosotros comprender las ciencias. Los grandes científicos, con alguna excepción, se expresan siempre con cierta modestia porque no pueden montar un bluff . En el campo científico, el que comete un bluff es eliminado de inmediato. Un día, un Nobel, en Cambridge, me pidió que le explicara una página de cierto señor francés: a pesar de los esfuerzos, el científico no podía entenderla. Era un ensayo de Lacan. Yo sentí vergüenza porque era un lenguaje incomprensible, vacío, presumido, arrogante, totalmente oscuro. Habría querido decirle a mi amigo: no pierdas más tiempo con cosas de este tipo..." Steiner, ya se sabe, es tajante en sus juicios. Y no pierde ocasión de burlarse hasta de las tentativas, efecuadas en los últimos decenios del siglo pasado, de teorizar una "ciencia de la literatura". "En el campo de la literatura y de la estética es verdaderamente ridículo pensar en un método científico: no hay pruebas posibles. Tolstoi, por ejemplo, decía que Rey Lear era una obra teatral fallida. Se pueden oponer opiniones y opiniones, pero ningún método nos permitirá verificar nuestro juicio estético. Estamos en el campo de las intuiciones, del gusto, del contexto histórico, de las ideologías. Eso no tiene nada que ver con la ciencia..." Otra cosa muy distinta es servirse de la ciencia para discutir cuestiones inherentes a la lengua y a la literatura. "En Después de Babel , en el intento de comprender la presencia de más de veinte mil lenguas en un pequeño planeta, la teoría darwiniana me fue muy útil. Como las muchas especies de moscas, también las lenguas llenan un nicho en la conciencia humana y tienen derecho a sobrevivir. Matar una lengua es como eliminar para siempre una especie animal o vegetal, o destruir los paisajes que nos circundan. También los grandes temas ligados a las cuestiones del inicio del cosmos me han fascinado. En el libro La gramática de la creación he tenido presente el reciente debate sobre el origen del universo y los desarrollos de la neurofisiología." Y además no se debe olvidar que muchos grandes escritores han podido contar para desarrollar sus obras con sus conocimientos científicos. "Pienso en talentos excepcionales como Robert Musil y Thomas Mann. Pero también en la prosa literaria de científicos puros como Galileo o Descartes, Darwin y el mismo Solzhenitsyn". Y sin embargo, la ciencia deberá vérselas con un gran problema que amenaza con hipotecar su futuro: la ultraespecialización. La velocísima multiplicación de las ramas del saber termina por hacer cada vez más difícil una visión de conjunto de las cuestiones y de los resultados adquiridos. "Los científicos en Cambridge están muy inquietos. Hoy se funda una revista especializada y ya, mañana, nacen de ella otras cinco especializadas en cinco subsectores distintos. ¿Cómo será posible ofrecer una educación científica a los jóvenes, en un mundo donde los grandes resultados son alcanzados por investigadores que tienen menos de treinta años? Y más aún: sin una visión de conjunto, sin científicos a la Oppenheimer, ¿qué futuro tendrán la ciencia y la humanidad? Steiner se despide: es la hora del paseo con Ben, su amadísimo perro. Al saludarnos, el gran humanista repite con convicción: "Hoy no se puede hablar de hombres y mujeres de cultura, en el sentido general de la palabra cultura , si no conocen la ciencia".
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