En las últimas décadas del siglo pasado, una serie de sucesivas derrotas impuestas al movimiento de masas determinaron una también sucesiva serie de decepciones entre los intelectuales, que terminaron por proclamar la última "crisis del marxismo" conocida hasta el presente y se abrieron a otros paradigmas, emergiendo numerosos marxismos, neomarxismos y posmarxismos. Es posible que hoy, pues, se note engañosa la crítica vulgar al marxismo vulgar, aquella que, por ejemplo, lo acu saba de un mecanicismo que simplificaba el derrotero de la historia o de conducir inevitablemente al totalitarismo. Y quizás se haya atravesado el vacío teórico y político que acompañó a la caída del Muro de Berlín y a la mistificación neoliberal. No deja de ser sintomático que una encuesta recientemente realizada por la BBC de Londres ubicara a Karl Marx como el filósofo más importante de todos los tiempos. Así, podríamos asistir al relajamiento de la ortodoxia, al avistaje de prácticas políticas que sintetizan la experiencia transitada y a un trabajo molecular de la teoría.
El sacudón sísmico vivido no es absolutamente inédito para una tradición de un dinamismo significativo. El filósofo José Sazbón postuló que el concepto de crisis es inherente a la biografía intelectual del propio Marx: "La unidad incuestionada de un marxismo carente de tensiones no puede existir sino como un paradigma evanescente". Y, en este sentido, conoció decontrucciones y reconstrucciones, agrupables en los nombres propios de Sartre, Althusser, Habermas, entre tantos otros. Más allá de la crisis -siempre proclive a convertirse en eslogan- tres libros de reciente aparición procuran indagar en torno de los principios inaugurados por el pensador alemán: Verdades y saberes del marxismo, de Elías Palti, Los marxismos del nuevo siglo, de César Altamira, y una compilación que reúne autores y temáticas varias bajo el título La teoría marxista hoy. Diferentes entre sí, cada cual apuesta por sondear el corpus clásico y abreva en diversas vertientes contemporáneas, dando cuenta de los obstáculos a sortear y de las potencialidades para pensar lo actual, requisito decisivo de su carácter crítico.
En el balance acerca de la posibilidad de una política emancipatoria hay quienes aseguran que la acción colectiva que el marxismo alentó se muestra de antemano condenada al estancamiento y que, en el camino de su legado, las nuevas formulaciones no se ven obligadas a nutrirse de un recorrido emprendido a mediados del siglo XIX. Para Elías Palti, "frente a una primera crisis del paradigma hegeliano evolucionista -discurso en el que se inscribe Marx- se presenta una recomposición que se puede sintetizar en el paso del marxismo al leninismo, donde se pone en el centro la acción subjetiva y la militancia ocupa el lugar de la filosofía de la historia. El marxismo tenía un sentido trágico porque era una apuesta subjetiva que debía proyectar al mundo un sentido que en sí mismo no tiene. Lo que habría ahora entrado en suspenso es esta idea de que los sujetos son quienes construyen la historia, visión que se ha revelado tan mítica como la hegeliana-evolucionista".
Por otro lado, hay quienes subrayan aquello que permanece: "La crisis del marxismo -sostiene Eduardo Grüner, uno de los autores de La teoría marxista hoy- fue decretada por el pensamiento posmoderno. No había razón, era una avanzada ideológica, pero era un síntoma, ninguna ideología puede funcionar si no tiene algo de verdad, y lo cierto es que el marxismo posee graves hipotecas históricas. Pero el marxismo es un pensamiento y un movimiento de lo real que se va transformando necesariamente junto con las transformaciones de lo real. Por supuesto que no se puede desestimar que el proletariado no es lo que era en la época de Marx, pero en el capitalismo sigue existiendo el conflicto capital-trabajo. La proliferación de heterogéneas expresiones no puede taparnos esa fractura fundamental". Lo novedoso, por lo tanto, parece ser que se ha reconocido un lastre propio de la tradición, pero sobre todo que, entre la apertura a problemáticas no exploradas y una continuidad crítica, emerge un campo para volver a pensar eligiendo cada vez la relación con el corpus marxista.
En plural
Si el marxismo se encuentra en una fase espectral, y es Jacques Derrida quien así lo enuncia, ello sería a causa de su actual incapacidad para hacer inteligible al mundo y a sí mismo, de la crítica a sus fundamentos esencialistas, de la ineficacia de su proyección partidario-estatal; se trataría, entonces, de pensar a partir de habitar un lugar imposible, permaneciendo en "la inmanencia de la crisis". Subjetivamente, habría que afrontar lo que significa recorrer una época suspendida, en un tiempo -sostiene Palti- en el cual no sólo Dios ha muerto sino que todos sus nombres seculares (nación, proletariado, etcétera) han develado su trasfondo mítico, donde todo sentido se ha vuelto precario: "En última instancia, el mito inherente a esta era postsecular es pensar que desde el momento en que nos hemos librado de la pregunta por el sentido también nos libramos de la presión de su búsqueda. En ese doble horizonte es donde se abre el núcleo tenso que define a esta nueva era; es la pregunta por el sentido después de El Sentido. En el pensamiento marxista, coincidentemente pero no por casualidad, es donde esta situación paradójica se va a expresar más crudamente. Lo que le da todavía un sesgo perturbador a este interrogante es que aún así no podemos prescindir de la idea de un sentido porque sin él no hay una posibilidad para la vida comunal". El libro de Elías Palti diagnostica una época que carece de un fundamento sólido y procura llevar lo más lejos posible esta constatación para habilitar así un modo renovado de asumir la pregunta por la política.
Simultáneamente, a partir de un recorrido que durante años se ha alimentado de autores como Michel Foucault o Félix Guattari y de ciclos de movilización que los europeos ven despuntar en el 68 -el obrerismo italiano, por ejemplo-, un "marxismo proyectual" ha sido capaz de dar a luz nuevos horizontes problemáticos. Un bloque de pensamiento sostiene que la dinámica de la producción capitalista actual fue motivada por la ebullición político-creativa de los años 60 y 70, que sitúa a la fuerza viva del trabajo como el motor básico del capital -volviéndolo dependiente de la cooperación social-, que emplaza así al mundo de la autoorganización como horizonte político frente a los procesos de burocratización de los sindicatos y de los partidos. Esta vertiente, en la que se filia César Altamira, contrapone un "marxismo posmoderno", que absorbe las innovaciones producidas en plurales campos de reflexión, a la lógica cultural del capitalismo tardío.
En Los marxismos del nuevo siglo se traza, además, una genealogía original al desplegar rigurosamente los recorridos del Open Marxism (gestado en Inglaterra y cuyo principal exponente es John Holloway) y de la Escuela francesa de la Regulación (que busca indagar las características de los regímenes de acumulación del capital), con la certeza de que "a lo largo de los últimos 25 años de posfordismo y moderna reestructuración del capitalismo, los elementos teóricos del marxismo metamorfoseado se han recompuesto lentamente y provisto de una insospechada audacia a pesar de la descomposición social que ha acompañado a la derrota". Lejos de abonar una continuidad sin quiebres, Altamira intenta presentar la reformulación del ideario marxista sopesando los desafíos que enfrentaron las izquierdas a lo largo del siglo XX.
Huellas del materialismo
Hacia mediados de los años 70, Perry Anderson sostuvo que el retroceso del marxismo iba a quedar pronto clausurado al emerger un pensamiento estratégico que reactivaría una tradición latente, fundiendo teoría y práctica política. Para entonces, el ascenso de la historiografía británica bajo la influencia de un grupo historiadores comunistas (Christopher Hill, Eric Hobsbawm y Edward P. Thompson, entre otros) venía postulando hacía tiempo el traslado de la producción intelectual marxista de la Europa continental al mundo anglosajón. Tras la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, la verificación de una impasse histórica -que asume esta corriente- corre junto a la certeza de la superioridad teórica del marxismo, y el hecho de que éste logre explicar las razones de sus propios obstáculos (como práctica) impide afirmar que se encuentra en crisis (como teoría).
En esta línea, Javier Amadeo, politólogo y uno de los compiladores de La teoría marxista hoy, señala que las consecuencias abiertas por la mundialización neoliberal constituyen la "condición negativa" para una renovación del pensamiento marxista. Los análisis de las luchas en torno a la contradicciones de clase se imbricarían aquí con los problemas de género y opción sexual, ecológico-medioambientales y nacionalistas, étnicos, raciales y religiosos, que marcan nuestro tiempo. Y, en paralelo, serían las luchas sociales las que estarían dando nuevos aires a la necesidad de resituar la reflexión marxista en la coyuntura que despunta. Amadeo afirma que "asistimos en nuestro continente a procesos de movilización política, luchas antineoliberales, emergencia de nuevos sujetos y prácticas: movimientos indígenas en Ecuador y en Bolivia, la articulación de la Vía Campesina en América del Sur, organizaciones de mujeres, de desocupados, de sin tierra y sin vivienda. Experiencias políticas de izquierda que colocan, desde el punto de vista práctico, desafíos para un elaboración teórica y, al mismo tiempo, expresan una potencialidad crítica fundamental hacia nuestra sociedad".
Los modelos de dicho dinamismo no sólo se pueden encontrar en la producción local mencionada: ¿acaso los estudios culturales elaborados por Fredric Jameson o Terry Eagleton no constituyen un instrumento necesario para comprender la persistente despolitización de la cultura? ¿No son los análisis de la lógica del capital los que hay que profundizar para conocer la función del trabajo contemporáneo, que o bien se niega y desquicia subjetividades, o bien se da y consume el tiempo de la vida? ¿No existen en Marx claves, tal como lo plantea Elmar Altvater, para encontrar las causas concretas de la devastación de los recursos naturales? Incluso el mismo marxismo y sus derivas de pensamiento, ¿no contribuirán a descifrar la ausencia de una política contrahegemónica, como quiso Gramsci, que definitivamente arraigue en este suelo?
Es fundamentalmente en el nexo con la práctica, expresado en términos clásicos, donde las distintas propuestas encuentran que el marxismo no halla cauces nítidos para volver a pulsear en el campo político, desligado del sitial de cultura de masas que supo ostentar. Los textos reseñados comparten la necesidad de dirigirse a una época diferente; un marxismo para Latinoamérica que parece ser no poco productivo ante la necesidad de comprender las líneas de continuidad del neoliberalismo o los recorridos de una izquierda progresista abocada a introducir cambios de una tibieza por lo demás evidente. Con todo, también se juega en nuevas experiencias, en la Bolivia de Evo Morales o en la aún inescrutable Venezuela, donde Hugo Chávez llama a construir el "socialismo del siglo XXI" y a leer La revolución permanente del líder comunista ruso León Trotsky.
Recientemente, al diagnosticar el renovado protagonismo del pensador alemán, Eric Hobsbawm marcaba una dinámica de largo aliento: "El fin del marxismo oficial de la Unión Soviética ha liberado a Marx de su pública identificación con el leninismo teórico y con los regímenes leninistas en la práctica. La gente ha empezado a percibir una vez más que hay cosas en Marx que resultan verdaderamente interesantes. El mundo capitalista globalizado que surgió en la década de 1990 ha resultado en muchas cosas enigmáticamente parecido al mundo que había pronosticado Marx en 1848 en el Manifiesto Comunista".
Fuente: Revista Ñ
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