jueves, noviembre 15, 2007

La moral como instinto


Frans De Waal fue elegido uno de los cien científicos más importantes del planeta por la revista Time. Desde hace treinta años estudia a los primates: investiga el origen de la reciprocidad y de las conductas que llevan a la resolución de conflictos. En su libro Chimpanzee Politics desafió la idea de que los animales no tienen "intenciones". Comparó las luchas de poder de los chimpancés -a quienes llegaba a adscribir habilidades maquiavélicas- con las de nuestros políticos. ¿Por qué -se preguntaba- debería haber diferentes esquemas para estudiar especies con tanta historia evolutiva compartida frente a conductas similares? En el ensayo Primates y Filósofos, recién traducido al castellano, De Waal aplica sus estudios al análisis del origen biológico de la moralidad y la justicia en la sociedad. En Our Inner Ape explora estas relaciones tan cercanas en dos sociedades bien diferentes: la brutal y guerrera de los chimpancés y la erótica y pacífica de la especie bonobo. La humana naturaleza -dice- es mezcla de ambas.

-Muchos de los trazos que definen a la moralidad: empatía, reciprocidad, reconciliación, consuelo -dice- ya están presentes en los primates. ¿La moralidad es anterior a la humanidad?

-Yo no estoy diciendo que los animales son morales de la misma manera que nosotros, pero la moralidad humana no se desarrolló de la nada. La apuntala toda una psicología, incluyendo la capacidad para formular y seguir reglas, la capacidad de empatía y simpatía, cooperación y reciprocidad. Nuestra regla de oro, por ejemplo, es una regla de empatía y reciprocidad (no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti). Esta psicología básica se encuentra ya en nuestros parientes primates; hay -como sugirió Darwin- continuidad entre el comportamiento de estos primates y la moralidad humana.

Según De Waal, en los primates hay moralidad, empatía y altruismo. La empatía está en los animales, capaces de imaginarse las circunstancias de otro (algo presente en los bebés humanos que lloran cuando escuchan llorar a otros bebés). La autoconciencia y las formas más elevadas de empatía habrían surgido juntas en la rama evolutiva que conduce a humanos y simios (esto se ve también en elefantes y delfines). La visión kantiana de que llegamos a la moralidad por la razón es, para De Waal, bastante problemática. Es obvio, afirma, que nos unimos para luchar contra un adversario: la hostilidad hacia fuera del grupo habría reforzado la solidaridad interna al punto de hacer surgir la moralidad, con la ironía de que ésta sería el resultado de la guerra: de hecho, la primera herramienta para reforzar el tejido social. Así, la moralidad resulta más enraizada en el sentimiento -más vinculada a la empatía del bonobo o a la reciprocidad del chimpancé- que en la cultura o la religión. Sería un producto del mismo proceso de selección que formó nuestro lado competitivo y agresivo, capaz de destruir el planeta y a otros seres humanos, aunque posea también reservas de amor y empatía más profundos.

-¿Qué paralelos pueden trazarse entre la conducta primate y la conducta humana? ¿Por qué estudiar la conducta animal nos ayuda a entender la humana?

«r-Los humanos somos animales; primates. Anatómicamente nos parecemos lo suficiente (tenemos pelo, corazón, pulmones, manos que pueden asir y ADN como los demás primates) como para considerarnos uno de ellos. También mentalmente hay enorme similaridad: somos primates; quizás primates especiales. Tenemos nuestro lenguaje: ésa es la gran diferencia.



Darwin y el origen del bien



Las observaciones de De Waal procuran entender la conducta humana a la luz de la teoría evolutiva: no es por accidente -dice- que la gente se enamora en todos lados y, sexualmente hablando, es celosa, siente vergüenza, busca privacidad (también figuras maternas o paternas) y valora las compañías estables. Hasta los "salvajes" hedonistas de Malinowski tendían a formar hogares exclusivos en los cuales hombres y mujeres cuidaban a los niños. El orden social de nuestra especie, deduce De Waal, se desarrollaría a partir de este modelo de familia nuclear (y, a la vez, cada animal tendría su propia historia). Pero contra el abuso de la teoría evolutiva, que lleva hasta a equiparar darwinismo y selección natural con una competencia sin límites, como si Darwin hubiera sido un darwinista social, De Waal sostiene que el estudio de la conducta primate desde un marco evolucionista debería recordarnos que la compasión no es una forma de debilidad recién aprehendida por la especie humana sino un poder formidable: parte de lo que somos, igual que las tendencias competitivas y agresivas.

De Waal desdibuja la tendencia a imaginar la naturaleza animal como meramente violenta. Explica cómo primero se creía que lo que nos separaba de los animales eran las herramientas. Cuando vimos que hasta los cuervos las fabrican, se dijo que era el lenguaje. Cuando vimos simios con lenguaje de signos se puso el énfasis en la sintaxis de nuestros lenguajes. Sin duda nos distingue una mayor autoconciencia, pero ya no tenemos la imagen tradicional de esa naturaleza violenta en la que debilidad significa eliminación: hoy -resalta De Waal- sabemos que los animales cuentan con considerables niveles de tolerancia y apoyo.

- ¿Por qué se evita adscribir intenciones o emociones a los animales? ¿Cómo lidia con eso?

-Esto empezó con el conductismo norteamericano, que cree que sólo podemos conocer la conducta animal pero no su vida interior: los conductistas no niegan que los animales tengan emociones, pero dicen que no podemos conocerlas. Si con eso quieren decir que no podemos sentir lo que un animal siente, tienen razón, pero esto no es motivo para eludir cualquier discusión sobre las emociones animales. En el caso del miedo, la agresión, el afecto, sabemos que en humanos y ratas se ven afectadas las mismas áreas cerebrales cuando se trata de obtener ciertas respuestas: todo indica que los mecanismos cerebrales subyacentes son los mismos. Entonces ¿por qué no llamarlos con el mismo nombre?

-¿Cómo empezó a estudiar los mecanismos de reconciliación y reciprocidad entre animales?

-Bueno, habitualmente no tenemos que enseñarles a nuestros niños a pelear sino a encontrar soluciones mediante acuerdos, a dar respuestas "integradoras": comportamientos que ayudan a unirse, como la reconciliación después de una pelea, cuando dos personas se besan y abrazan o, como los bonobos, que tienen sexo después de la pelea. Me interesan mucho estas "respuestas integradoras", necesarias para mantener la cohesión social.

Como otras especies, la nuestra -muestra De Waal- depende en gran medida de la cooperación para la supervivencia, Para él, la reconciliación y el compromiso serían parte de nuestra herencia evolutiva al igual que la tendencia a la violencia y la guerra. Se suele suponer que hacer las paces sería una habilidad social adquirida en la cultura y no un instinto. Sin embargo, no se suele investigar cómo resolvemos los conflictos. De Waal dice haber hallado pruebas en su investigación sobre la conducta de los primates para afirmar que evolucionamos a partir de una larga serie de especies animales que cuidan de los miembros más débiles de su especie y cooperan mediante transacciones recíprocas. La reconciliación -afirma- no sólo existe sino que está muy presente en los animales sociales Hasta el perdón -sostiene De Waal-, a veces considerado exclusivo de la especie humana podría ser una tendencia natural entre los animales cooperativos. En la medida que los datos de la vida social se conservan a largo plazo en la memoria -en la mayor parte de los animales y humanos- hay una necesidad de superar el pasado en beneficio del futuro. Así, la tendencia a reconciliarse sería un cálculo de carácter político o social que varía según la especie, el género y el tipo de sociedad (el nivel de agresión de una especie, sin embargo, nos dice muy poco sobre las posibilidades de esa misma especie para llegar a la paz, dice).

Según De Waal, los tres primates más capacitados evolutivamente para compartir con los demás, por fuera de la familia, son los humanos, los chimpancés y los monos capuchinos: las tres especies aman la carne, cazan en grupos, y comparten (incluso entre machos adultos). Si el gusto por la carne está en la base del compartir -se pregunta De Waal-, por qué negar que la moralidad se encuentra ya en la sangre.



La política más allá del zoo



Las raíces de la política, cree De Waal, son más antiguas que la humanidad, al igual que nuestras tendencias violentas tienen raíces en los hábitos asesinos de los primates. La idea de un origen en el "simio asesino" fue muy atractiva para los biólogos. Desde Konrad Lorenz a Richard Dawkins -y sus equivalentes neoconservadores en la política- se nos ha condenado como humanidad a una arena hobbesiana: si mostramos generosidad es sólo para engañar al otro. El biólogo Michael Ghiselin lo ilustró bien: "Rascá a un altruista y verás cómo sangra un hipócrita". Todo el siglo XX, recuerda De Waal, enfatizó nuestra necesidad de elevarnos por encima de la naturaleza, a partir de una equívoca visión del darwinismo. En 1960, Jane Goodall presentó a los chimpancés como el buen salvaje de Rousseau pero con el descubrimiento del lado oscuro de los chimpancés, dice De Waal, Rousseau salió por la puerta y entró Hobbes por la ventana. Los esfuerzos por destacar el lado bueno de los chimpancés resultó inútil.

Aristóteles decía que quien está fuera de la pólis es un dios o una bestia. De Waal objeta qué características supuestamente distintivas de la humanidad -la política, la cultura, la guerra, la moralidad, el lenguaje- pueden tener precedentes en otras especies. La negación de esto es antropodenial: ceguera para ver las características humanas en otros animales o las características animales en humanos. Pero si pensamos que los animales son nuestros hermanos, el antropomorfismo se vuelve inevitable y científicamente aceptable.

-En los estudios sobre animales se nos advierte contra el antropomorfismo. ¿Qué significa "antropodenial"?

-Antropodenial es el rechazo a priori de semejanzas entre la conducta animal y la humana. Si los humanos se besan tras una pelea y los chimpancés hacen lo mismo, un pensamiento de tipo cartesiano nos dirá que es mejor dar nombres diferentes a esas conductas puesto que no sabemos si el comportamiento animal y humano es el mismo. Quien use mismos términos para referirse a ambas especies -como al hablar de conductas de "reconciliación" en ambos casos- es acusado de antropomorfismo. Pero usar términos diferentes es una forma de antropodenial, una manera de oscurecer similitudes importantes que pueden estar allí presentes; es actuar como si ya supiéramos que son comportamientos de naturaleza diferente, cuando es más probable que los humanos y los chimpancés, si actúan de manera similar, estén motivados de modo similar. Por lo tanto, sostengo que el punto de partida para el análisis de especies estrechamente vinculadas debería ser: el comportamiento similar está motivado de modo similar. Una afirmación esencialmente darwiniana.

-¿Qué aporta el estudio de los bonobos? ¿Por qué se los conoce poco?

-Los bonobos son los hippies del universo primate: pacíficos y sexys. Manifiestan muy poca agresividad y tienen mucho sexo. Creo que son menos conocidos que los chimpancés en parte porque fueron descubiertos mucho después y hay menos ejemplares. También porque su conducta no encaja con el pensamiento generalizado de que los humanos somos una especie agresiva. A la gente le gusta pensar que somos simios asesinos, y los bonobos no dan lugar a este cuento.

El problema de compartir las experiencias con seres que poseen diferentes formas de sensibilidad fue bien expresado por el filósofo Thomas Nagel: "¿Cómo es ser un murciélago?", se preguntaba Nagel. Según él no podríamos saberlo. Pero para De Waal, cuanto más cercana es una especie, más fácil es entrar en su mundo interno. El antropomorfismo no sólo es tentador sino también, en el estudio de simios, difícil de rechazar sobre la base de que no podemos saber cómo perciben el mundo: sus sistemas sensoriales son esencialmente los mismos que los nuestros. En última instancia, se trata de evaluar qué riesgo estamos dispuestos a correr: ¿sobrestimar la vida mental animal o subestimarla?

Fuente: Revista Ñ

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