viernes, septiembre 18, 2015

‘Lolita’ o el triunfo de la libertad y la belleza



“Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul” (Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía). Son las palabras mágicas con que Vladímir Nabokov abre el mundo deLolita, una de las novelas más perturbadoras y cautivadoras de la literatura, y un clásico universal. Uno cuya belleza aumenta con el tiempo. Como aumentan las dudas de si hoy, sesenta años después de su primera edición, sería publicada en un mundo que parece retroceder en ciertos aspectos. Pero, ¿qué se habría perdido la literatura de no haber existido Lolita?

En la larga lucha entre la libertad y el puritanismo,'Lolita' está del lado de la libertad”, dice el poeta González Iglesias

Su publicación hoy sería difícil según algunos escritores, pensadores y críticos. Incluso su condición de clásico tambalearía, explica el poeta Juan Antonio González Iglesias, “porque los enemigos de la libertad son muchos, y con un gran poder. En la larga lucha entre la libertad y el puritanismo, Lolita está del lado de la libertad”. Una obra, según el filósofo Manuel Cruz, que “muestra que la apariencia de libertad y de tolerancia sexual y amorosa en general en la que vivimos no viene a ser otra cosa, a fin de cuentas, que la sustitución de los viejos tabúes visibles por otros nuevos, invisibles por representar la obviedad emergente”. Nabokov, asegura la escritora Marta Sanz, “invitó a reflexionar sobre el significado de lo obsceno y sobre nuestra propia hipocresía”.

Más allá del deseo, más acá del amor, rodeado de obsesión y dolor, el protagonista de la novela, un escritor llamado Humbert Humbert, hace público su “pecado” de amar y desear a una adolescente con el arte de la literatura hasta crear, según escribió Mario Vargas Llosa en 1987, una de “las más sutiles y complejas creaciones literarias de nuestro tiempo”.

Rechazada por cuatro editoriales, solo The Olympia Press, un pequeño sello editorial parisino especializado en obras eróticas, se atrevió a publicarla el 15 de septiembre de 1955, tres años después apareció en Estados Unidos. Lolita nació casi maldita, el propio Nabokov (1899-1977) un día echó el original al fuego y su esposa Vera lo rescató; luego, tras llegar a las librerías generó una estela de escándalo y acusaciones por desafiar tabúes y poner a la sociedad ante el espejo de deseos oscuros. Su popularidad aumentó cuando Stanley Kubrick le hizo justicia en el cine, en 1962, con guion del propio escritor ruso.

“Lo-lee-ta: the tip of de tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo.Lee.Ta” (Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta).

Pero Lolita desató un escándalo moral, cuando justo lo que Nabokov buscaba era alejarse de la moral, afirma Javier Aparicio Maydeu, crítico literario y especialista en el autor ruso. La novela es mucho más que esos adjetivos envenenados al convertirse en un eslabón en la sensibilidad del siglo XX. Es sobre todo, agrega Aparicio Maydeu, “el triunfo de la novela que no persigue ya la militancia moral que sostuvo la novela naturalista del XIX (de la que parece burlarse).Lolita parece extirparle la ética a la novela y, sin lugar a dudas, conquista para la novela moderna la ambigüedad (del narrador) y el protagonismo del lenguaje por encima de la trama en sí”.A partir de este magistral y musical comienzo, la historia de Humbert Humbert se desliza por varios estadios de lectura donde destaca el virtuosismo del lenguaje y su arquitectura. Nabokov, asegura Marta Sanz, “lanzó una pregunta sobre si resulta más obsceno, incluso más inmoral, la atracción hacia una nínfula o el asesinato. Sobre si resulta más inmoral cometer estas acciones o mostrarlas regodeándose en ellas. Sobre si lo obsceno es la vulgaridad de una sociedad que cree que el Reader Digest es cultura o la sofisticación intelectual (¿maligna?) de un Humbert Humbert que en el fondo se mueve por el impulso lascivo de sus ojos de mono. Nabokov tal vez enlaza con esa sensibilidad estética tan contemporánea que mantiene que la provocación puede constituir una acción moral sin caer en el moralismo. Todo eso se sugiere a través de una palabra sensual en la que importan las uñas pintadas de los pies de la nínfula tanto como el sonido de su nombre: Lo-li-ta. Nabokov sabe que es imposible decir lo mismo de otra manera y que la textura de su lenguaje es tan atractiva, provocadora y morbosa como lo que nos está contando. De hecho, es lo que nos está contando: la fusión de la ética y la estética en función del principio libertino del placer”.

“Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba de pie, con su metro cuarenta y ocho de estatura, sobre un pie enfundado en un calcetín. Era Lola cuando llevaba puestos los pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos fue siempre Lolita”.

A partir de ahí se acuñó ese nombre para referirse a aquellas preadolescentes tan seductoras como inocentes de su propio milagro de atracción sobre algunos hombres. Vladímir Nabokov no estuvo del todo contento con la popularidad y algunas interpretaciones de su obra. En una entrevista en la televisión francesa a Bernard Pivot dijo: “Fuera de la mirada maniaca del señor Humbert no hay nínfula. Lolita, la nínfula, sólo existe a través de la obsesión que destruye a Humbert. Este es un aspecto esencial de un libro singular que ha sido falseado por una popularidad artificiosa".

Entonces, tal vez la respiración de algunos volvería a alterarse. Cuando la verdad, explica el filósofo Manuel Cruz, es que “la gran virtud del libro es haber puesto en evidencia, más allá de los recovecos del deseo, el modo oscuro e invisible en que nuestras sociedades responden a él. El catálogo de figuras de los distintos poderes que (cada uno a su manera) atemorizan al protagonista, los fantasmas que lo amenazan con convertirlo ante sí mismo y ante los demás en la materialización de las diferentes figuras de la maldad (delincuente, pervertido, loco...) muestra que la apariencia de libertad y de tolerancia sexual y amorosa en general en la que vivimos no viene a ser otra cosa, a fin de cuentas, que la sustitución de los viejos tabúes visibles por otros nuevos, invisibles por representar la obviedad emergente. ¿O es que alguien se atrevería a escribir hoy un libro en el que el autor hiciera suya la mirada amorosa de Dante hacia Beatriz? “.La lucha de esta historia en la novela es entre la obsesión presente del protagonista y un recuerdo y sueño frustrado que se niega a morir; y, en la vida real, entre la libertad y el puritanismo, entre la ética y la estética. “No es únicamente un placer intelectual para cada lector”, asegura el poeta Juan Antonio González Iglesias. Ese mundo que Nabokov crea, agrega el poeta, “ensancha los límites de nuestro mundo. Lolita es una novela de estirpe poética, tiene la belleza, la sensibilidad y la perfección, pero también la tensión ética y política de un acontecimiento que es de todos. En la larga lucha entre la libertad y el puritanismo, Lolita está del lado de la libertad. Su impacto universal es hacia el futuro, aunque también repercute en el pasado. Permite releer la experiencia humana de otra manera”. No duda González Iglesias en considerarla un clásico con fuerza para modificar el mundo. A lo cual contribuyó, añade, la vocación formal de Nabokov, y también el hecho de que él lo escribiera fuera de su país y fuera de su lengua natal: “Expone un arquetipo y por eso pertenece a la historia de la literatura. A la universal, no a la norteamericana ni a la rusa, ni debe centrarse sólo en lo superficial de la cuestión erótica. Afortunadamente, Lolita es ya un clásico. Me pregunto si llegaría a serlo en caso de publicarse ahora”.

Tesoros perdidos o secretos. Un grito que se niega a ser silenciado. El resultado, según el escritor Colm Tóibín, “es como si Nabokov insertara una música artística y exquisita en la vida estadounidense. Encontró un tono astuto, cómico, lleno de belleza y deseo para ponerlo en el país que estaba menos dispuesto a resistir todo eso. El hecho de que Lolita fuera estadounidense y la novela se desarrollara en los suburbios y carreteras abiertas de ese país creó la gracia del estilo, la risa oscura en las sentencias y la hizo más seductora”.

Lolita es una matrioska en la realidad y en la ficción. En manos de los lectores surgen múltiples lecturas, pero siempre belleza. Debajo de la novela, en su origen, está El hechicero, un relato que Nabokov escribió en 1939 y que mantuvo entre sombras hasta un par de años después de la publicación de Lolita. A su vez, esa nínfula de la ficción tiene una precursora, el fantasma que persigue Humbert Humbert llamado Annabel Leigh, aquel amor adolescente, correspondido pero frustrado en el límite de la realización. Y Annabel, a su vez, viene de un tiempo muy lejano. Nace en 1849 de la mano del último poema completo que escribió Edgar Allan Poe: Annabel Lee:

“Fue hace muchos y muchos años,
en un reino junto al mar,
habitó una señorita a quien puedes conocer
por el nombre de Annabel Lee;
y esta señorita no vivía con otro pensamiento
que amar y ser amada por mí.

(…)

Porque la luna no luce sin traérme sueños
de la hermosa Annabel Lee;
ni brilla una estrella sin que vea los ojos brillantes
de la hermosa Annabel Lee;
y así paso la noche acostado al lado
de mi querida, mi querida, mi vida, mi novia,
en su sepulcro junto al mar—
en su tumba a orillas del mar”.

Y a orillas del mar fue la última vez que Humbert Humbert vio a su primer amor, Annabel Leigh, que luego se convertiría en un deseo malsano. Aquella historia de amor y pasión de Poe con su música de elegante tristeza y orfandad, Vladímir Nabokov la hace resonar en su protagonista que sueña con su nínfula y su amor marchitado antes de florecer, y sobre todo, desea ser deseado. "Simplemente me gusta componer acertijos con soluciones elegantes", dijo su autor. Y dejó clara su concepción de la literatura: "una obra de ficción solo existe en la medida en que me proporciona lo que llamaré, lisa y llanamente, placer estético".

Y es así como en la confesión de su escritor Humbert Humbert, se lee: "A decir verdad, es muy posible que la atracción que ejerce sobre mí la inmadurez resida no tanto en la limpidez de la belleza infantil, inmaculada, prohibida, cuanto en la seguridad de una situación en que perfecciones infinitas colman el abismo entre lo poco concedido y lo mucho prometido...".

Resucitó del fuego. Porque la literatura y la mitología moderna esperaban a Lolita. A pesar de que antes de su publicación en 1955 ya tenía el aura de novela maldita.

Perseguida, prohibida, indecente, decadente; inmoral, desdeñada y señalada, pero siempre mirada de reojo. Demasiadas palabras oscuras para referirse a la novela de Vladímir Nabokov (1899-1977), "una de las más perfectas del siglo XX", asegura Antonio Muñoz Molina. Y "entre las más sutiles y complejas creaciones literarias de nuestro tiempo", escribió Mario Vargas Llosa en 1987, en un artículo recogido en La verdad de las mentiras.

Cuando Lolita apareció el 15 de septiembre de 1955 en París, tras haber sido rechazada por cuatro editoriales estadounidenses, lo hizo en dos tomos en la editorial Olympia Press. Aparecía así una novela cuyo borrador, titulado El hechicero, Nabokov quiso quemar, pero fue rescatado de las llamas por su esposa Vera. Es la prehistoria de una obra cuyo argumento esquelético es la obsesión y pedofilia de un hombre cuarentón por una niña de 12 años y la persecución posterior a quien se la arrebata. Una historia de perversión, crueldad, locura, dolor, amor malsano. Muerte. Y de belleza.

Un libro que para David Lodge, según escribe en El arte de la ficción, "sigue resultando perturbador, porque otorga una seductora elocuencia a un corruptor de menores y asesino". PeroLolita, añade, es más que eso. Como él, muchos intelectuales hallaron en ella gran belleza literaria, estructura inteligente, críticas sociales, sátira y humor. Desde Graham Greene, al darle el primer impulso al señalarla como uno de los libros del año a O W. H. Auden, para quien no era pornográfica y sí "un divertidísimo libro de anagramas". Hasta los Amis opinaron, Kingsley, el padre, y después Martin, el hijo. Mientras para John Updike la fuerza creadora del autor de origen ruso "tiene algo de la delicadeza de Austen, del brío de Dickens y del delicioso sabor a vino de Stevenson, incorporado al inimitable brebaje del propio Nabokov".

Más allá de la polémica y de la simplificación de lo anecdótico de su argumento, para Javier Aparicio Maydeu "Lolita es sobre todo el triunfo por fin de la novela que no persigue ya la militancia moral que sostuvo la novela naturalista del XIX (de la que parece burlarse). Lolita parece extirparle la ética a la novela y, sin lugar a dudas, conquista para la novela moderna la ambigüedad (del narrador) y el protagonismo del lenguaje por encima de la trama en sí: Nabokov aprovechó las vanguardias para tejer un estilo endiabladamente lúdico y técnicamente sofisticado, trufado de guiños, pastiches, trampantojos, juegos de palabras y devaneos literarios de cualquier calaña". Para Muñoz Molina, "gran parte de su maestría es la prodigiosa voz narrativa. El idioma es insuperable: un inglés limpio y preciso, y a la vez teñido por el punto de rareza de quien lo usa, Humbert Humbert, es un extranjero en la lengua". Por eso para Aparicio, Martin Amis tiene razón cuando dice que con materiales y tonos pícaros y humorísticos, Nabokov escribe una gran tragedia.

La de una nínfula llamada Dolores Haze que voló de la ficción para adentrarse en la vida. Nabokov "consigue, como Kafka o Cervantes, influir incluso a quienes no leerán nunca su obra", dice Muñoz Molina. ¿O quién no ha señalado alguna vez una Lolita? Porque él acuñó y universalizó ese nombre para referirse a un tipo de preadolescente tan seductora como inocente de su propio milagro en algunos. También inauguró los best sellers de calidad y ventas tras su edición en Estados Unidos en 1958. Eso sí, en deuda con Stanley Kubrick, que la llevó al cine en 1962 (con Sue Lyon como protagonista), y Adrian Lyne en 1996 (con Dominique Swain).

Poca gracia le hizo a su creador esa popularidad de su nínfula mítica. Decía que había sido degradada por el público y los medios de comunicación. "En realidad", recordó en una entrevista con Bernard Pivot, "Lolita es una niña de 12 años, mientras que Humbert es un hombre maduro, y el abismo entre su edad y la edad de la niña produce el vacío entre ellos; atracción de un peligro mortal. (...) Fuera de la mirada maniaca del señor Humbert no hay nínfula. Lolita, la nínfula, sólo existe a través de la obsesión que destruye a Humbert. Éste es un aspecto esencial de un libro singular que ha sido falseado por una popularidad artificiosa".

Muchos son los caminos desde los cuales se puede sentir el palpitar de esta novela. Vargas Llosa, en su artículo señala la mirada sobre la pedofilia y supuesta pornografía e inmoralidad; la conciencia transgresora del protagonista "que confiera a su aventura su índole malsana y moralmente inaceptable, más que la edad de la víctima"; el rebajamiento a fantoches risibles de la humanidad; la burla sobre instituciones, profesiones y quehaceres; la crítica a Estados Unidos y su clase media; el tratamiendo del doble. Y él, como otros, aplaude a quien lee Lolita como "un pozo sin fondo de referencias literarias y malabarismos lingüísticos que constituyen un denso entramado y, acaso, la verdadera historia que Nabokov quiso contar".

Lo dijo el propio autor: "Simplemente me gusta componer acertijos con soluciones elegantes". Y repetió que en sus libros no había mensaje moral o propósito social. Una obra de ficción, decía "sólo existe en la medida en que me proporciona lo que llamaré, lisa y llanamente, placer estético, es decir, la sensación de que es algo, en algún lugar, relacionado con otros estados de ánimo en que el arte (curiosidad, ternura, bondad, éxtasis) es la norma. Todo lo demás es hojarasca temática, o lo que algunos llaman literatura de ideas".

De ahí el placer que producen sus libros más allá del tema. El virtuosismo con el lenguaje, la manera como cuenta la historia aliado con las precisas palabras y sus combinaciones para sacar de ellas su donaire, su alma. Es que "todo el arte verbal de Nabokov está al servicio de la percepción, de la creación de la imagen", escribió Andrés Ibáñez en 1999, en el centenario del nacimiento del escritor. Nabokov lo había dejado claro a la pregunta de en qué idioma pensaba cuando escribía. "En ninguno. Pienso en imágenes".

He ahí un resquicio para ver el secreto. El de una sutil fuerza arquitectónica que suele eclipsar la historia; aunque Lolita, afirma Vargas Llosa, "resiste el asalto de la forma, pues lo que cuenta tiene raíces profundas en lo más vivo de lo humano: el deseo, la fantasía al servicio del instinto". Un juego. Un puzzle artístico, pero predestinado a perder parte del brillo de su hechizo al ser traducido. Un ejemplo es ese primer párrafo hipnótico que en español, aunque es cautivador, no es el mismo: "Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta". Mientras que en el inglés original las frases mágicas nabokovianas que abren la historia suenan así: "Lolita, ligth of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of de tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo.Lee.Ta".

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